El recitado de su nombre suena en los cinco continentes. El eco de aplausos, bravos, bises lo ha acompañado en escenarios de Viena, Milán, Berlín, Londres, Montecarlo, Melbourne... Celso Albelo (La Laguna, 1975), considerado el cantante español más internacional del momento, regresó a la Isla, su casa, donde en el Auditorio de Tenerife interpretó el rol de Leicester en la ópera "María Estuardo", de Donizetti, junto a la canaria Yolanda Auyanet y saboreando el éxito ante un público que lo venera.

Como cierre de un año magnífico, el 3o de diciembre y el 1 de enero se convertirá en la estrella del concierto de La Fenice, en Venecia, prólogo a su debut en uno de los grandes templos: la Metropolitan Opera House (MET), también en el rol de tenor de "María Estuardo", con un total de siete funciones que comienzan el 29 de enero y continúan los días 1, 5, 8, 11, 16 y 20 de febrero de 2016.

Tras doce años ligado a la música echa la vista atrás y considera: "Uno madura como intérprete, aprendes muchísimas cosas, trabajas en lugares distintos, con gentes y registros diferentes... Todo va sumando".

Celso Albelo, el heredero de Alfredo Kraus. ¿No le suena ya casi como un tópico?

Salvando las distancias esto se parece a las manifestaciones artísticas, que no pueden entenderse si no las analizamos en su contexto histórico, como la pintura, la arquitectura, la escultura... Kraus es un referente histórico a nivel mundial y agradezco a quienes establecen una relación directa entre yo y el maestro, pero soy conciente de cuál es la figura de Kraus y muy claro quién es Celso Albelo.

Si pudiera responder con un tono agudo a ciertos críticos musicales, ¿qué les diría?

Después de una década de carrera, una de las cosas que he asumido es que resulta prácticamente inútil rebelarte contra cualquier crítica, que no deja de ser una opinión, ya sea más o menos acertada. Tengo claro que en el ejercicio de mi profesión y cuando hago algo, por simple que sea, puedo equivocarme, pero la honestidad con la que me subo a un escenario queda fuera de toda duda; esa es una razón intocable.

¿Pero se siente examinado?

Hay quienes acuden a un teatro o una sala con la idea de encontrar la perfección técnica, otros buscan sensaciones y están aquellos empeñados en descubrir el error, en el que caemos todos, incluido el maestro Kraus. Pero más allá, uno de los rasgos más hermosos que transmite la música es la capacidad de provocar sensaciones.

Calificaron su voz de pequeña y afirmaron que no alcanzaría ciertos roles; lo tacharon de gordito...

Acaso llevaban algo de razón. No lo sé. El caso es que he recorrido un sinfín de teatros y he cantado ante miles de personas. Quizá querían encontrar una voz un poco más grande, pero mantengo la evolución natural de un cantante. Sí creo que se debería ser cuidadoso al referirse a voces grandes y pequeñas. En mi opinión las voces pasan o no. Siempre he tenido claro cuál es el camino a seguir y, por supuesto, reivindico el derecho a equivocarme.

Más allá de máscara, coloraturas, registros...

Hay muchos pseudoentendidos que reproducen clichés aprendidos y eso termina dañando mucho la imagen que el público tiene de los cantantes líricos.

¿Qué encierra su voz que la convierte en personal?

No creo que tenga una voz especialmente privilegiada ni tampoco única, pero sí considero que mi canto es reconocible y de alguna manera personal.

¿Eso que llaman gusto?

Yo lo defino como alma. El gusto acaso puede adquirirse, pero el alma se tiene o no. Quizá en los agudos asome alguna vibración que te hace conectar con el público.

Debutar en la Metropolitan supone algo así como tocar el cielo.

Es la guinda del pastel. Me llega en un momento interesante, de madurez en lo personal y lo profesional. Un debut soñado y, además, con un Donizzeti, un rol de los más complejos que he interpretado, lleno de trampas y exigencias, donde el tenor se la juega.

Y en un mundo de tanto divismo, ¿existen colegas?

Me interesan más las afinidades que las rivalidades. En Valencia acudí a escuchar a Jorge de León en "Tosca", bajo la dirección de Meta, y no pude reprimir lanzar un bravo. Aunque me puede la subjetividad, lo considero un hermano y sé lo que ha sufrido para alcanzar este nivel.

Igual que usted, ¿no?

Una de las razones que me empujaron a salir de la Isla para estudiar y dedicarme profesionalmente al canto fue que en reuniones y tenderetes siempre solía haber alguien, en torno a los cincuenta años, que se lamentaba de no haber intentado con su voz dar el salto, salir de la Isla y convertirse en profesional. Y llegado un momento, cuando me vi reflejado en esas historias, me planteé que no iba a repetirlas. Eso sí, nunca imaginé llegar donde he llegado.

¿Siente nostalgia de la Isla?

Cuando viajas tanto, te das cuenta del valor de las Islas. Hay lugares maravillosos, por supuesto, pero Canarias es única. Me siento orgulloso y afortunado de ser canario, sobre todo, porque siempre tendré un lugar al que volver.

¿Y la manta esperancera?

El premio de Sabandeño de Oro me llegó al alma y no es falsa modestia. Después de actuar en Viena, me subí a un avión y tras un vuelo de diez horas aterricé en la plaza del Cristo, ante un montón de gente; llegas, cantas y el público se pone de pie para ovacionarte... Eso no es comparable con nada.

De chico de coro a solista

Cuando salió de la Isla rumbo a Madrid con su voz y su ilusión como equipajes, el horizonte de Celso Albelo no alcanzaba más allá de conseguir incorporarse a la cuerda de tenores de un coro profesional. Y mientras cumplía su formación en la escuela Reina Sofía, pero fue al presentarse a un concurso, donde no alcanzó siquiera las semifinales, cuando el profesor Carlo Bergonzi se cruzó en su partitura. Estaba a punto de agotar sus ahorros, pensando arrojar la toalla y el reconocido tenor y maestro verdiano, jurado de aquel certamen, decidió tomarlo como alumno y apostó por convertirlo en cantante lírico. Allí, en la localidad de Busseto (Sicilia) conocería al director Nello Santi y al barítono Leo Nucci. Ambos le mostraron su apoyo y confiaron en aquel proyecto de solista, hoy una realidad.