Un humorista representa alguien diferente, ese otro yo sin aparentes inhibiciones que en algún momento, no se sabe científicamente por qué, se nos asoma a casi todos por la boca, brilla en los ojos y habla desde los gestos, quizá descubriendo el que sea nuestro perfil más puramente auténtico.

Así sucede con David Navarro Martos (Jaén, 1976) "rara avis" y un caso digno de análisis sociológico, quien un buen día decidió renunciar a la segura comodidad de su plaza de funcionario de Asuntos Sociales y Obras Públicas para orientar su labor social y su faceta pública a gestionar humor y provocar sonrisas. "Esa particular dimisión la desarrollo como argumento de un monólogo", explica, una historia que, precisamente, surgió cuando en un viaje de regreso desde Madrid a Jaén, tras entregar un vídeo para Montgomery y Clift de Muchachada Nui, "me encontraba en la estación de Atocha y recibí una llamada de Joaquín Reyes". Entonces decidió subirse a ese otro tren, "y no me arrepiento".

Allí empezó todo, comenta David Navarro por vía telefónica antes de volar hacia Tenerife donde ayer, sábado, participó en el teatro del Orfeón la Paz de La Laguna en el espectáculo titulado "3x1 Descojone Nivel Dios", acompañado por el también genial andaluz Manu Franco y las no menos cómicas anécdotas del tinerfeño Carlos Castillo.

Abandonar un empleo de funcionario para lanzarse a la aventura del humor, ¿representa un acto de heroísmo o una inconsciencia?

Creo que hay ocasiones en la vida en las que debemos hacer caso a nuestros instintos. Es verdad que cuando asumí esa decisión lo hice siendo joven, en el momento apropiado, pero con los años y echando la vista atrás me siento contento conmigo mismo.

Le apasiona crear personajes. ¿Tiene espíritu de mutante?

Esos personajes son reales, un reflejo de la sociedad en la que vivimos, y los asimilo a partir de mis observaciones del natural, de lo que sucede a diario. En ese sentido puedo considerarme un mutante, por lo cambiante. Lo que busco es rescatar esos estereotipos que resultan cercanos al público y caricaturizarlos, aunque en el fondo son verosímiles por sí mismos. De hecho hoy (el pasado jueves) me acerqué a una zapatería artesanal, de barrio, aquí en Jaén y reparé en el típico jubilado que acompaña la tarea del zapatero y que entre tanto deja caer reflexiones y sentencias.

De esos múltiples perfiles que ha ido creando, ¿cuál es el que considera más singularmente suyo?

Sin duda "El Enrea", nacido en el programa de televisión "Noche sin tregua", que se emitió desde 2004 a 2007. Esa figura del mecánico de toda la vida, un autónomo de lo más particular, propietario de un pequeño taller y que se lo sabe todo; algo único.

¿Desde el escenario se percibe ese instante en el que se consigue pulsar la tecla del público?

Claro. Y no sabes muy bien por qué ni cómo, pero es así. Lo fundamental está en establecer un diálogo, en mantener la interacción con el público, hacerlo partícipe de la historia y que reconozca lo que cuentas, bien porque lo haya vivido o presenciado.

Pero un monólogo no es cosa de subirse a un escenario y ser más o menos recurrente, ¿no?

Que nadie piense que un monólogo es resultado de un momento de inspiración repentina, ni de la improvisación, sin más. Las historias que llevo al escenario me requieren un trabajo previo de escritura y reescritura, también de sucesivas lecturas, adaptaciones, detalles... Por eso les recomiendo a los jóvenes que quieren dedicarse a esto que no tengan prisa, que no se trata de un programa de "talent show", sino un trabajo de largo recorrido y continuo aprendizaje.

Lo dice un cómico que no ha parado de crear.

Desde mi primer monólogo con Paramount Comedy en 2003 he participado en televisión, también he colaborado en programas de radio, en la coordinación de cómicos y construyendo mis propias comedias.

¿Ahora en qué está enredado?

Hasta febrero represento en el teatro Calderón de Madrid mi espectáculo "Cowboy espacial", una parodia de una hora y media de duración que protagonizan unos astronautas que viajan de Jaén a Madrid, a las torres Kio.

Lo de Jaén ya es una marca.

Por donde voy recuerdo que soy de allí, como el aceite de oliva..., pero no virgen.