Clara Muñoz fue la primera crítica y escritora sobre arquitectura que ha existido, con continuidad y rigor, en las Islas Canarias. Ella ayudó, desde las páginas de La Provincia, a que otros medios de comunicación del archipiélago consideraran la arquitectura como una parte del diálogo público, como algo importante que requería debate y conocimiento. Convertía la arquitectura en bellas y elegantes palabras. De ahí pasó a organizar también excelentes y preciosas exposiciones de arquitectura.

Por supuesto, fue mucho más que eso, fue también amiga, gran amiga de sus amigos, entre los que se cuentan los grandes artistas de las islas y los grandes arquitectos. Tuve la suerte y el placer de trabajar con ella durante la Primera Bienal de Arte, Arquitectura y Paisaje de Canarias, durante 2006 y 2007, aunque ya nos conocíamos de antes, de haber intentado, cada una desde su ámbito, impulsar la arquitectura a la sociedad, llevarla a los periódicos, a las televisiones, a las salas de arte y a toda decisión pública importante. Clara Muñoz trabajaba con gran profesionalidad, con gran sentido del humor, de manera positiva, y nada engreída sino todo lo contrario, con una actitud abierta, aprendiendo siempre.

Era también una gran amante de las ciudades y de sus tendencias y evolución. Fue una de esas raras (por escasas aún) mujeres que encontraron otras maneras de aproximarse a la disciplina de la arquitectura, y que al hacerlo contribuyeron a la expansión del campo de la teoría y la práctica sorteando múltiples obstáculos iniciales, pues no era la crítica de la arquitectura algo habitual cuando ella comenzó. Con eclecticismo y apertura a la diferencia observó desde fuera la profesión de los arquitectos y los describió en su elemento y con gran independencia de criterio.

Desde su puesto, y de maneras totalmente diferentes a las que se enfrentaba al arte, hizo una ingente labor de crítica directa, difícil, y certera de los proyectos particulares y también crítica de las ciudades. A pesar de su labor solitaria delante del papel en blanco, esta mujer fundamental en la cultura de Canarias nos recuerda constantemente en sus escritos y su actitud, que la arquitectura no es necesariamente asilada, de ascetas que piensan en soledad, sino un trabajo en equipo que siempre mejora con colaboración y con conversación. La arquitectura es siempre colectiva, es un diálogo con la ciudad, con el cliente, con los vecinos, con los amigos, con el clima, con el paisaje, con la función y la emoción de cada uno de los proyectos al que un arquitecto se enfrenta.

No es fácil escribir de arquitectura, por el contrario es algo muy difícil que requiere mucha profundización en la obra sobre la que se escribe y formarse un criterio propio sobre los valores estéticos y funcionales que cada edificio tiene o debería tener. Por eso, con esta mujer tenemos, como sociedad, una deuda pendiente, no por ser mujer, si no porque los caminos que tuvo que recorrer pueden ayudarnos a comprender y cambiar los problemas de la percepción contemporánea de la arquitectura para hacerla más colectiva y plural, para hacer mejores ciudades. Creo que es importante comprender que a través de su pasión por la arquitectura, que la llevó a expresarla con palabras, Clara Muñoz ayudó a expandir el campo de esta disciplina al gran público. Se ocupó en sus escritos y en sus exposiciones de muy diversas cuestiones: desde la preservación de arquitectura histórica, a la crítica arquitectónica contemporánea, y a la curadoría, finalizando con los aspectos que vinculaban constantemente arte, cultura y arquitectura.

Con la muerte de la historiadora Clara Muñoz, desaparece la más importante crítica de arquitectura canaria. Hasta casi sus últimos días, Muñoz siguió activa, preparando nuevos textos, pensando en visitar nuevos edificios (quería ir a Polonia a ver el nuevo edificio de Fernando Menis con la amiga de ambos Magüi González) y nuevas exposiciones, mantenía su espíritu lúcido y crítico, y seguía reuniéndose siempre que podía con un amplio grupo de arquitectos y artistas de distintas generaciones de los que terminó siendo una gran e inolvidable amiga.

Nos queda la responsabilidad de escribir su historia, de no olvidar su memoria, de publicar sus artículos y hacerlos accesibles, para recordar que siempre estuvo ahí, con gran rigor, cuando la arquitectura la necesitó.