Hay algo mágico que late en el fondo de las historias, ese aliento capaz de trasponer el tiempo, prácticamente sin peajes, y transmitir mediante la voz y la palabra un puñado de sensaciones antiguas, traerlas hasta nuestros pies y convertirlas, casi por ensalmo, en un conjunto de piezas cercanas.

Para Luis León Barreto (Los Llanos de Aridane, 1949), la novela "Las espiritistas de Telde" se significó como un episodio "crucial" en su vida, una señal que dejó una marca indeleble en el plano personal, además indisociable con su tránsito como creador.

Este periodista y literato, miembro de la llamada Generación de los setenta, que ya había sido premio de poesía Julio Tovar en 1970 por "Crónicas de todos nosotros" y, posteriormente, recibía el Pérez Galdós de novela por "Ulrike tiene una cita a las 8" (1976), se "coronaba" con el Blasco Ibáñez en 1981 gracias a "Las espiritistas del Sur", que así se presentó al certamen, hasta que la editorial aconsejó cambiarle el nombre para que no coincidiera con la obra "Los mares del Sur", de Manuel Vázquez Montalbán, premio Planeta en 1979, un riesgo que afortunadamente salió bien.

"Lo cierto es que era la primera vez que un autor canario resultaba galardonado con un premio tan prestigioso", precisa este escribidor rememorando el hecho con lógica vanidad.

Por entonces, aquellas Islas que permanecían ancladas en el olvido, sacudidas aún por la convulsión del movimiento independentista del MPAIAC, comenzaban a emerger. Canarias iba asomando su perfil de territorio aislado y enigmático, todavía apenas visible para el conjunto de un país que se iba acomodando como podía a la nueva piel de la transición y aspiraba a encajar en el molde de la democracia.

A propósito de la coyuntura en la que surgió esta historia, León Barreto destaca la acertada definición que de la obra hizo en su momento el genial Pedro Lezcano. "Un buen ensayo sobre la insularidad".

En "Las espiritistas de Telde" el autor maneja con acierto tres tiempos narrativos desde los que describe la condición del ser isleño, indagando en el pasado y el presente a través de una versión a un tiempo mágica y también testimonial. "Se trata de una ficción basada en hechos reales", describe el autor, quien toma el crimen ritual de Ariadna Van der Walle como "llave" para mostrar todo un imaginario donde se entrelazan las historias de un mundo mágico, la brujería y el curanderismo, junto a elementos históricos y sociológicos que caracterizan la realidad insular.

Y en este sentido refiere el intelectual cómo "en Las Palmas existían en la década de los años 70 hasta cuatro centros de espiritismo admitidos", señal inequívoca de lo habituales que resultaban este tipo de prácticas animistas, surgidas en Estados Unidos, y que tras mezclarse en Cuba con los rituales de la santería llegaron a Canarias y se asentaron en el tejido social.

De ahí esas vidas alucinadas, la proyección de imágenes y costumbres heredadas que dejan un rastro, el que sigue y describe un periodista llamado Enrique López, a quien su periódico envía desde Madrid a Tamarán para indagar sobre el crimen sucedido en la década de los años treinta. En buena medida, León Barreto echaba mano de un perfil que le es propio y reconocible, un redactor, con el que además consigue "redescubrir" Canarias desde los ojos de un foráneo, que se convierte en "cronista".

El autor admite que, en principio, a los naturales de Telde no les sentó nada bien que el nombre de su localidad se relacionara con un crimen ritual, una tragedia tan singular y descarnada. "La gente consideraba injusto que se hubiera sacado a la luz esa intrahistoria y me insultaban". Afortunadamente, el tiempo cicratizó las heridas y León Barreto acabó convertido en Hijo Adoptivo.

Otro tanto se puede decir de la familia Vandevalle, que así se conoce en La Palma, su isla natal, y que el escritor tradujo como Van der Valle. "Algo me llegó de que se sintieron molestos".

Después de traducirse al rumano, alemán, inglés, italiano y francés, "Las espiritistas de Telde" ha conocido ocho ediciones. A partir de la sexta el autor aplicó una revisión, en la idea de que "las obras son dinámicas" y consideró que sobraba "algo de erudición histórica".

Como colofón, León Barreto lamenta que, aunque se publica mucho, supone "un drama para la sociedad canaria" que el fracaso educativo haya eliminado potenciales lectores, es decir, ciudadanos libres, alejados de la magia, el fanatismo...