El viaje que le voy a proponer lleva su tiempo. Si quiere subir a un avión e ir pronto y sin dilación olvídelo. La isla de la arquitectura sutil requiere otro esquema mental. No llegan hasta ella vuelos internacionales, ni siquiera llegan a un destino cercano. Prepárese para un largo viaje en carretera o tren y luego para tomar un ferry.

Luego, cuando por fin llegue al puerto tamaño bolsillo (y no pasa nada porque no los quieren más grandes sino tal y como son ahora) de la isla de Teshima (Japón), encontrará que solo un millar de personas viven en ella, todas repartidas en cinco ciudades minúsculas. Entonces coja un autobús, o mejor alquile una bicicleta motorizada para pasear por las pequeñas colinas. Al final, tras recorrer el paseo marítimo, en un recóndito lugar de Takamatsu, perdido en los mares de la prefectura de Kagawa, encontrará un maravilloso y sutil museo.

La estructura mide tan solo 40 metros por 60 metros, con una altura máxima de 4,5 metros. Es una estructura de hormigón sin pilares o columnas donde apoyarse. La naturaleza de los alrededores entra directamente a través de las dos aberturas de su orgánico y horizontal espacio interior. Las plantas que se utilizan son las malas hierbas indígenas que crecen en Teshima, nada más, y el museo se convierte así en parte del entorno. Más que un edificio es un lugar, es parte de la naturaleza.

Sí, un museo construido enteramente de hormigón. Pobre material el hormigón que nunca se sugiere por la mayoría de la gente como uno de los mejores medios y materiales para lograr la expresividad y el confort y sin embargo es el material perfecto si se sabe utilizar con maestría.

La arquitectura en forma de una delicada gota de agua del Teshima Art Museum fue diseñada por el arquitecto Ryue Nishizawa que recibió junto a Kazuyo Sejima el premio Pritzker en 2010, casi nada.

La audaz curva diseñada por el japonés era poco probable que pudiera construirse según los primeros ingenieros consultores que analizaron el proyecto, pero el arquitecto creía en ello y se empeñó hasta que los ingenieros fueron capaces de ajustar con precisión la forma que él quería. Esos desafíos son los que hacen que la arquitectura avance y solo son posibles cuando se cuenta con arquitectos que verdaderamente viven para la arquitectura (no de la arquitectura) y disfrutan de su profesión.

A pesar de que la intención inicial del museo había sido crear un espacio flexible que puede adaptarse a una variedad de obras de arte, este terminó albergando una sola creación, la sublime, sutil y vaporosa instalación del artista Rei Naito, inspirada en la arquitectura de Nishizawa y titulada Matrix.

Las gotas de agua se filtran aquí y allá a través de agujeros y se posan en el suelo, y luego se deslizan, frágiles, a lo largo de su superficie suavemente inclinada de manera imperceptible. Gotitas que luego absorben otras gotas mayores y forman charquitos. Una escena de una sutileza increíblemente atractiva. Simple pero de profunda belleza. De esas que emocionan a los niños y a los adultos que aún tienen esa capacidad intacta.

El paisaje también es indulgente. Dos aberturas ovaladas introducen el viento y la lluvia en el interior del museo que busca la paz con la naturaleza. Pequeño, simple, y sin embargo, increíblemente, más de 11.000 personas visitaron la isla en tan solo dos semanas tras la apertura para ver eso, casi nada, pero ¡qué casi nada de perfección y belleza!, de encuentro con uno mismo y con la naturaleza. Eso fue en 2010, luego los visitantes han continuado, como un diminuto pero constante río de gente sensible que quiere ir al menos una vez en la vida a un lugar tan especial.

Es como una negociación entre la tierra y el cielo, donde se puede caminar libremente simplemente observando, sintiendo. Y lo más curioso es que algo tan pequeño ha convertido a Teshima en un destino turístico del que enamorarse. Eso sí, de viajeros especiales y no de los que solo buscan all inclusive.