Un escenario en penumbra, un pianista acostumbrado a lidiar con la soledad de la madrugada y una voz quebrada por el flamenco. Esas fueron las claves del éxito que sumó anoche Diego el Cigala en el concierto que dio en el Auditorio de Tenerife. Un porcentaje importante de esa recompensa hay que apuntársela a la maestría de Jaime Calabuch "Junitus" al teclado, aunque algunos de los aplausos de los espectadores que cubrieron las tres cuartas partes del aforo agradecieran las entradas y salidas del señor que calmó la sed del cantaor madrileño una decena de veces. Fue una velada inundada de sentimientos que nació bajo los acordes de "Te quiero".

El Cigala estaba "sediento" de un cariño que se precipitó torrencialmente mientras sonaban las últimas estrofas de un compromiso que goza de una buena salud. El artista habló poco, pero cuando lo hizo no dudó en dar "gracias a dios por haberme traído a esta bendita tierra". A partir de ahí, solo cantó. "Se me olvidó que te olvidé", "En esta tarde gris", "Soledad"... Sonora lo que sonara, todo terminaba teniendo un hermoso acento flamenco que se fusionaba con el sutil acompañamiento del piano. El cantante de las simples cosas, por supuesto, no se olvidó de los ritmos cubanos, de la copla, del "Amigo" de Roberto Carlos o de la "Vida loca" de Francisco Céspedes. En ese apresurado e intenso viaje emocional hizo un hueco para unas "Lágrimas negras". Fue el triunfo de la sencillez.