De su padre solamente le queda la huella que aparece en los carteles que anuncian los conciertos como el que esta noche dará, a partir de las 21:00 horas, en La Cascada de Santa Cruz de Tenerife. Hijo de un ciudadano sirio y de una catalana, este compositor y cantante de rap aragonés no esconde en el arranque de esta entrevista que "mi padre nos abandonó sin que me diera una oportunidad para conocerlo; nunca tuve relación con mi familia paterna", aclara sin morderse la lengua en torno a la crisis de los refugiados. "El débil es el que siempre pierde ante la presencia de unos intereses superiores y ajenos a él. Lo que está ocurriendo es humillante; otro motivo más para avergonzarnos de la condición de humanos", censura Sharif.

¿Por qué su rap suena tan distinto?

Yo me describo como el rapero menos rapero... A mí lo que me gusta es escribir. Esa es una de mis pasiones e intento leer mucho para escribir mejor. Mi otra habilidad es saber rodearme de un equipo que se encarga de diseñar las portadas, grabar los videoclips, realizar los instrumentales... Con un poco de mi talento y la suma del de la gente que me rodea conseguimos hacer discos bonitos.

¿Y qué porcentaje hay de intuición en sus creaciones?

Eso es algo que no sé cuantificar. Supongo que es algo que tiene algún tipo de paralelismo con la inspiración. Uno nunca sabe por qué es secuestrado por ese poder invisible cuando escribe. Llega sin avisar y lo único que uno puede hacer es trabajar como si fuera un artesano que pule y lija las palabras: yo tacho tanto o más de lo que escribo (silencio)... Con un poco de rigor y sentido crítico, que igual eso es la intuición, intento ver la belleza o el puñal que se clava...

¿En este género no vale todo?

No... De hecho, para mi gusto, vale muy poco. Quizás esa sea una de las claves de mi personalidad como rapero: soy muy riguroso en el proceso creativo.

No voy a hablar de la existencia de un rap de culto, pero el suyo sí que parece que pone algo de distancia con respecto a la idea que se hace el público de este género.

Supongo que eso puede ser consecuencia de la edad (ríe)... Uno se va haciendo mayor y ya no saca tanto pecho por lo marginal y lo áspero que resultaba mi rap en sus inicios. Sin renunciar a esa parte de calle, porque eso es algo que está en su identidad, lo lógico es buscar una evolución en la que van apareciendo nuevas ramificaciones. Yo cogí uno de esos caminos, pero no me gusta hablar del rap como un objeto de culto asociado con la cultura o de culto como algo que se tenga que adorar.

¿De sus palabras entiendo que hay que desmitificarlo?

El rap y la poesía son primos hermanos; los dos se unen por las palabras. Me gusta que mis canciones están al alcance de la calle, que lo que creo no sea elitista y esté reservado a académicos, sabios y filólogos.

¿Sigue pensando que lo malo de crecer no son las canas?

Con esa frase quise decir que lo malo no es envejecer por fuera... A mí me gusta mucho la expresión cuando no saben a nuevo los pecados porque pecar, si se consigue desligar de su religiosidad, tiene unas connotaciones positivas. Si en un momento de tu vida no sientes ese hormigueo puedes empezar a preocuparte porque todo va a tener un poco menos de color.

¿El alma que usted ha incendiado varias veces para completar un proceso creativo es algo imprescindible en su obra?

Es la brújula que debe guiar las decisiones que tomamos... Sin ella estamos un poco más perdidos.

Muchos continúan viendo al rap como un fenómeno que provoca cierto rechazo por la crudeza de sus letras.

Algo de culpa la tenemos nosotros. En la adolescencia eres más lanzado, o echado para delante, y esa chulería es la que domina casi todas las emociones. No me gusta la palabra violencia, pero no deja de ser verdad que muchos caen en ella. Yo no soy de los que usa con frecuencia el insulto fácil, pero hay cosas que no se pueden decir con tibiesas porque pierden fuerza. A veces la escritura es hacer que duela; que la gente sienta que lo que dices no es una estupidez. No creo que se pueda estar haciendo una rima sobre un desahucio sin que se te escape alguna palabra fea. La violencia verbal, sin caer en la apología, es un toque de atención.