Cuando pensamos en documentales en España, lo normal es que nos venga a la cabeza un león cazando en el Serengueti, un antílope cruzando un río bajo la atenta (y escalofriante) mirada de un cocodrilo o un tiburón blanco con sus cinco filas de dientes buscando a su presa.

El documental es cultura, educación, prestigio entre quien lo hace y, por supuesto, entre quien lo ve..., pero el documental también es (a veces) sinónimo de aburrimiento y de siesta en verano mientras el león vigila (una vez más) a las gacelas en el Serengueti.

Cuando me ofrecieron hacer mi primer documental hace tres años todo esto me vino a la cabeza. Yo tenía experiencia en hacer series y películas, pero el documental era un extraño en mi currículum. Así que empecé a ver más documentales y no solo el que se emite en La 2 o las grandes producciones de la BBC o National Geographic. El documental es un mundo inmenso de denuncia social, investigación, historia, lucha por los derechos humanos, superación, búsqueda interior, arquitectura, botánica, música...

Apabullado ante lo que podía dar de sí el documental, inicié el viaje. Mi documental trata sobre la situación de las mujeres rumanas embarazadas (en este momento he de decir que vivo entre Rumanía y España desde hace diez años). Queríamos hechos, problemas, realidades, no que nos contaran que son más o menos felices o lo que se siente al ser madres. Con la cámara a cuestas empezamos a recorrer Rumanía; no buscábamos un tipo de mujer determinado, queríamos todo tipo de mujeres embarazadas que quisieran contarnos qué cosas les pasan al quedarse embarazadas, cómo les afecta en su trabajo, qué pasa con su atención médica, qué derechos tienen, qué ocurre después del embarazo, qué expectativas laborales contemplan, en definitiva, qué les preocupa al quedarse embarazadas.

Fuimos desgranando nuestras preguntas a Florentina, de 18 años, embarazada de su segundo hijo; a Cristina, abandonada por su novio al enterarse de que estaba embarazada; a Carmen, famosa presentadora de televisión; a Anda, ingeniera aficionada a la escalada; a mujeres de veinte años empezando la vida y a mujeres de cuarenta aprovechando su última oportunidad para ser madres, en grandes ciudades y en aldeas perdidas. Entrevistamos a más de cincuenta mujeres en más de veinte localidades.

Los problemas eran diferentes, las comparaciones hacían daño y de algunas entrevistas salíamos furiosos con ganas de gritar. En mitad de la Unión Europea, en un lugar llamado Rumanía, el 20% de las mujeres no van al médico durante el embarazo hasta el momento del parto. Las ecografías no son gratuitas y muchas mujeres no se las hacen por no poder pagar los ocho euros que cuestan. En otros casos, tienen las máquinas para hacer las ecografías, pero nadie cualificado para manejarlas, el sistema sanitario es público y universal, pero una vez en el hospital se paga por todo: cambiar las sábanas, papel higiénico, el anestesista, el médico, la camillera que te lleva, todo hay que gratificarlo. Los derechos laborales están en las leyes, pero esas leyes no llegan a todos los sitios ni protegen a todas las mujeres. Rumanía, eso sí, gana en una (terrible) cosa a sus vecinos (ricos) de la Unión Europea: de cada 1.000 niños que nazcan morirán 10,33; la media de la Unión es de 4,33. Por llamarse Bogdan, Raluca o Florentina y nacer aquí; si fueran Francois, Richard o Cecilia y nacieran en cualquier otro lugar de la Unión Europea tendrían mayores probabilidades de sobrevivir. Esto en un país donde el sueldo medio es de 422 euros y una madre, que esperaba a su segundo hijo, nos contaba que con su sueldo y el de su marido juntaban 272 euros y con eso se apañarían los cuatro: "Claro, así somos en Rumanía" -nos decía sonriendo- "delgaditos y no muy altos, pero saldremos adelante".

Las mujeres nos guiaban el relato y sus respuestas abrían la puerta a otras preguntas. Muchas mujeres habían vivido fuera de Rumanía, así que nos fuimos a buscar mujeres embarazadas rumanas en España. Y la letra era diferente pero la música muy parecida. Adina, embarazada de seis meses, nos contaba en una nave abandonada de Alcalá de Henares, donde vivía, que no había ido al médico porque no tenía tarjeta sanitaria. La falta de medios y de educación hacen los mismos estragos en todas partes. Por fortuna, Adina nos hizo caso y acudió al hospital, donde le hicieron todo tipo de pruebas: "ecografías internas y externas" -nos contaba alegre- y no le habían cobrado nada... y el niño estaba bien.

Un año y medio grabando nos llevó a otro año y medio de montaje. Cuando empezamos teníamos 127 horas de material, había que convertir esos 7.620 minutos en 75. En un largometraje de ficción tienes un guion dividido en secuencias. Después, en montaje, puedes cambiar y modificar, alargar o acortar, buscar entre las tomas un mejor gesto o una frase más conmovedora, pero tienes una estructura, un esqueleto.

En el documental el montaje es entrar en una selva virgen donde puedes caminar y explorar y, cada vez que pases por un paraje, el lugar te parecerá diferente, nuevo. Según combines uno u otro plano tendrás una u otra historia, un sentimiento diferente, irás de un sitio a otro como un explorador sin brújula, confiado a tu intuición. Decidimos que debíamos afrontar esta exploración con calma y siendo honestos con nuestras mujeres. Ellas nos habían contado sus historias y debíamos ser lo más fieles posible a sus problemas, a sus alegrías, a sus emociones, a sus vidas.

Después de estos tres años de trabajo mis sensaciones con respecto al documental son diferentes a cuando empecé. Si el hacer una película siempre es un viaje en el que aprendes algo, con los documentales esa experiencia se amplifica, no trabajas con historias de ficción y actores, las historias son reales, las personas que aparecen son los protagonistas de sus vidas, todo es verdad, todo te hace sufrir más y todo llega más hondo. Por eso, ahora, cuando me siento a ver un documental en medio del bombardeo de imágenes al que estamos sometidos cada día, dedico un segundo a pensar que lo que estoy viendo es la vida misma, es un trocito de la persona que esta en la pantalla y entonces ese león acechando al antílope se vuelve mas fiero y las mujeres rumanas embarazadas más desvalidas.

La crónica