Trae en la palma de las manos y en el fondo de los ojos buena parte de aquel espíritu de aquella patria militante que intentó construir Patrice Lumumba. El coreógrafo y bailarín congolés Jacques Bana Yanga (Kinshasha) se encuentra en la Isla con su compañía, como una de las figuras destacadas del programa de la quinta edición de Cuadernos Escénicos que se celebra durante todo el fin de semana en la Villa de Garachico.

El coreógrafo y bailarín canario Roberto Torres procura a este encuentro la traducción del francés al castellano y, sobre todo, su enorme sensibilidad.

Jacques representa, sin duda, uno de los exponentes de esa generación que viene dando forma a la danza contemporánea africana, que tras formarse fuera ha vuelto a su país para sembrar lo aprendido.

"La danza es política. El arte no sirve de nada si no está conectado con la realidad", afirma la sudafricana Robyn Orlin. A partir de esta máxima, el artista congolés sostiene que "sigue siendo un acto político, pero queda algo solapada". Y es que Jacques mantiene como principio la idea de que los poderes que subvencionan y financian la cultura pretenden que "los espectáculos se representen según a ellos les conviene", de manera que quienes no bailen según su dictado "quedan fuera del circuito". Por tal razón, el hecho de aportar dinero o financiar un espectáculo lleva implícito "una forma de callarte", comprar el silencio y practicar cierta censura, explica. Así, Jacques reivindica una danza emanada desde "el espíritu", como una forma de expresión libre.

Y reconoce los obstáculos, las dificultades para superar el corsé de la danza tradicional en un país apegado a la tierra y atada a la voz de los ancestros. "No paran de repetirme que la danza se debe realizar de una manera determinada", mientras él optaba por experimentar nuevas vías. Como señala Germaine Acogny, maestra de Jacques, "tenemos el peso de nuestra propia cultura, nuestra propia manera de expresarnos" y un "feeling" esencialmente propio.

De hecho, este bailarín percibe "dos caminos diferentes", en cuanto a la manera en que se vive política y socialmente en Europa en relación con África. Y pronuncia la palabra "poder" y también el deseo de "ambicionar" algo.

Por eso, en sus piezas articula un discurso de manera que el espectador caiga en la cuenta de qué es lo que está pasando. "Es una necesidad, esa manera de comunicar frente a las guerras, los problemas sociales, los problemas de la vida..." .

Cuando llegó a Canarias y escuchó la palabra Casa África la relacionó con hogar, hospitalidad, cercanía... Pero descubrió que existe "miedo" a reconocer que hay un "pasado común", que los isleños no quieren perder su europeísmo... Y se puso a bailar.