Con "Farándula", novela que la trajo recientemente a la Librería de Mujeres de Santa Cruz de Tenerife para celebrar un encuentro de lectores, Marta Sanz (1967) ganó el Premio Herralde de Narrativa, pero antes conquistó el XI Premio Vargas Llosa de relato, el Ojo Crítico de Narrativa de 2001 ("Los mejores tiempos") y hace diez años fue finalista del Nadal ("Susana y los viejos). "Esos reconocimientos, guste o no, son una plataforma para culminar el proceso de comunicación que implica la literatura, es decir, hacer coincidir en torno a una historia a un emisor con los receptores", dice la doctora en Literatura Contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid.

¿Un libro premiado llama más la atención de los lectores?

Vivimos en un mundo cultural tan perverso, tan mercantilizado y tan alejando de los beneficios educativos y cercano a la idea de espectáculo que muchas veces el único recurso que nos queda a los escritores para ser leídos es presentarnos a un premio para ganar algo de visibilidad. A mí como escritora no me interesa hablar siempre para el mismo cenáculo; esa gente que sabe lo que les voy a contar y que está de acuerdo conmigo la trato con respeto, pero lo que más me preocupa a la hora de escribir una historia es explorar nuevas vías para llegar a lectores que aún no han tenido la oportunidad de conocerme.

Otra forma de sumar lectores a una causa literaria es el "intrusismo" que se crea en torno a las ventas, ¿no?

Más que un acto de intrusismo, yo prefiero verlo como una oportunidad... Estoy convencida de que los que hacen ese producto no se mueven con mala fe, pero sí a partir de unos intereses puramente comerciales.

¿Pero esa "competencia" afecta a las ventas?

Yo no tengo nada en contra de la literatura de entretenimiento... Nada en contra de Stieg Larsson o Megan Maxwell, pero lo que no se puede permitir es que la mesa de novedades literarias se convierta en una colección de caras famosas. Mi queja se acentúa cuando mezclan las churras con las merinas, que algo muy habitual en las ferias del libro, y alguien quiere transmitir a un comprador que todo es lo mismo. Los escritores literarios debemos reivindicar nuestros espacio como si fuéramos una especie en peligro de extinción.

¿Defender ese posicionamiento conlleva asumir riesgos?

Me siento cómoda mostrando que existe otra manera de entender la literatura, que es posible sacar al lector de su área de confort, con el deseo de formular preguntas o no expresar mis ideas siguiendo el patrón único de sujeto, verbo y predicado... Me disgusta que la literatura no dedique más atención a los asuntos que nos empobrecen como seres humanos.

¿Para usted la escritura es un proceso artesano?

La literatura debería ser una lupa o lente de aumento que nos permita ver mucho mejor la realidad y, de paso, amplíe nuestra visión del mundo a través de una mirada que tiene que ser especial, pero este es un oficio de pico y pala en el que hace falta la humildad.

¿Eso significa que su obra sigue abierta a nuevos escenarios?

Soy consciente de que existen fantasmas literarios que han conseguido sobrevivir a un mundo de ficción que es autobiográfico. Es inevitable que existan aspectos que se repiten en mi obra porque yo veo a la literatura como una máscara o telas que me desnudan con el paso de los años. Eso sí, cada libro debe encontrar por sí solo su propio lenguaje. No me gustan los autores que son marca; aquellos que logran hacer de su estilo algo fácilmente reconocible. Eso es como acudir a un supermercado a comprar siempre las mismas galletas.

¿Cuál es su visión del debate instalado en el sector literario?

Los que contamos con una cultura analógica tendemos a ser apocalípticos, pero a pesar del "ciberfetichismo" que domina nuestras vidas. Mi única premisa es que el soporte no se coma al contenido. Me da igual cómo me den una historia si esta merece ser leída. La pulsión consumista no puede ganar esta batalla.