Alejandro Sanz tenía ganas de Tenerife y la Isla también quería ver al cantante del "Corazón partío". A partir de esta crónica de urgencias se explica la expectación que se desbordó, primero en torno al hotel en el que se alojó el madrileño y algo más tarde en el perímetro del estadio de La Manzanilla, antes de que sonara la primera canción.

Seis años después de pasear su "Paraíso Express" por Adeje, Alejandro Sanz reactivó su conexión con un público que anoche disfrutó con un espectáculo que se alargó durante casi dos horas y media. Alrededor de diez mil personas se dieron cita en el Francisco Peraza de La Laguna para saborear el frescor y la nostalgia del tour "Sirope Vivo".

Cómplice, desordenado -a la hora de ir abordando temas que saltaron por sorpresa desde "El alma al aire" a "La música no se toca"- y generoso. Así se comportó en su regreso a la Isla un artista que se ha ganado una reputación mundial moldeando las letras que resuenan en sus conciertos como himnos imposibles de olvidar, con mayor efectividad incluso que una tabla de multiplicar, aunque muchos se empeñen en gritar que "No es lo mismo".

Alejandro Sanz es un buen confidente. Sabe lo que la gente quiere oír en cada instante y maneja con maestría el punto de ebullición de sus apariciones musicales. Rodeado por nueve músicos -entre ellos la grancanaria Brigitte Sosa-, este "Sirope Vivo" conserva intacta su esencia como creador de emociones.

Amenazó con dar forma a una velada llena de saltos cronológicos -en las vísperas confesó que es su forma preferida de ojear una revista- y cumplió su promesa sin sentir vergüenza porque lo consideraran "Un zombie a la intemperie" y "Pisando fuerte" cada uno de los temas que se perdieron en dirección al cielo de Aguere. En ese tránsito entre "La fuerza del corazón" y su "Capitán Tapón" ha ido tejiendo alianzas que permiten reunir en el mismo espacio a quinceañeros soñadores y a nostágicos cuarentones.

Sin alejarse de la atracción que siente por el flamenco, con el sentido vitalista de sus letras y, sobre todo, sin renunciar a una experimentación constante hace visible en los aún tiernos títulos de "Sirope" -en este proceso de maduración no se incluyen las madrugadas en las que Alejandro Sanz ejerció de alquimista de las palabras-. Todo empezó con "El silencio de los cuervos" y evolucionó con una arriesgada apuesta en la que el letrista lanzó algún que otro órdago con las estrofas de "A que no me dejas".