La escritora Virginia Woolf cuestionó los tópicos heredados de los viajeros románticos en los dos viajes que hizo a Andalucía en 1905 y, para visitar al escritor Gerald Brenan, en 1923, según concluye un estudio sobre estas visitas publicado por Verónica Pacheco, profesora de la Universidad Pablo de Olavide.

Al término de este segundo viaje, en el que le fue mucho mejor que en el primero, que estuvo marcado por las incomodidades propias de un país atrasado y de una región con penosas comunicaciones, Woolf le escribió a su amiga Molly MacCarthy una carta en la que, a modo de resumen, decía de su viaje: "Las historias de los viajeros son aburridísimas. Omito todo lo relativo a las aventuras con la mula, el buitre y el lobo".

Ese tono irónico está más presente en las alusiones escritas que Virginia Woolf dejó de su segundo viaje, de 1923, en cartas, diarios y en su ensayo "Hacia España" que en las referencias que se conservan de su primer viaje, entre las que se encuentran descripciones del paisaje y del calor que pasó antes de llegar a Sevilla un 8 de abril.

Cuando llegó a Sevilla tomó una cena que calificó de "deprimente" y, aunque la Catedral le impresionó por su tamaño, describió la ciudad como difícil para caminar, sin aceras y con un pésimo sistema de tranvías, según enumera en su estudio Verónica Pacheco, quien sostiene que "estos comentarios hay que entenderlos sin perder de vista que la ciudad de Londres era todo un ejemplo de proyecto urbanístico".

Cuatro días después partió hacía Granada, ciudad que calificó de "salvaje" aunque elogió la Alhambra y sus jardines, de los que escribió que "empequeñecen al más hermoso jardín de Inglaterra".

De la escritora se ha conservado una carta a su amiga Violet Dickinson en la que describe la aventura de alojarse en la posada de un pueblecito andaluz, cuyo nombre no llega mencionar ni en ese ensayo ni en el posterior "Una posada andaluza", fruto de aquel primer viaje.

En la posada, la escritora y su hermano Adrian dispusieron una habitación con una cama, una lona como puerta y agua para asearse, de modo que pasaron la noche vestidos y, en la carta a Violet, le expresa su deseo de volver a casa con la afirmación de que lo mejor de un viaje es precisamente eso, volver.

De su segundo viaje en 1923 Verónica Pacheco lamenta que se perdieran los diarios de la escritora, pero señala que se conserva una carta a su hermana Vanessa que refleja cómo la escritora maduró entre un viaje y otro.

En esta segunda ocasión, sin pasar por Sevilla, Virginia Woolf se dirigió directamente al pueblo alpujarreño de Yegen (Granada), a la casa del escritor Gerald Brenan, al que accedió subida a un burro, por lo escarpado del terreno.

Según concluye Pacheco su ensayo, publicado por la Universidad de Sevilla, "veinte años después la mujer que visita a Brenan es una escritora con experiencia vital y literaria y que contempla el mundo desde una perspectiva diferente", ha "madurado como escritora y como persona" y "ya no es la joven de veinte años que pretende disfrutar de todas las comodidades que deja atrás en su ciudad de Londres".

Según Pacheco, las escritoras viajeras del cambio de siglo, entre las que cita a Karen Blixen, Agatha Christie y Gertrude Bell, son "mujeres independientes" que "ofrecen una visión alternativa al cuestionar ciertos tópicos que recibieron de los relatos de viajes escritos por los hombres", entre ellos viajeros románticos como Richard Ford y Washington Irving.