Lorca ilumina la mirada del poeta de los versos urbanos, uno de los autores que mejor dominan los recovecos biográficos del artífice del "Romancero gitano" o "Poeta en Nueva York". Luis García Montero (1958) impone menos en el cara a cara. Destila un pozo de sabiduría literaria inagotable, pero no apabulla. Permite que la conversación fluya sin ataduras ajeno al implacable avance del tiempo. Doble Premio Nacional de Literatura ("Habitaciones separadas") y de la Crítica ("La intimidad de la serpiente"), el granadino participó recientemente en unos actos impulsados por la ULL. "Es importante no olvidar que Lorca murió asesinado, pero a mí me gusta recordarlo vivo", cuenta el también profesor de Literatura Española en la universidad nazarí.

¿Qué fue lo que atrapó su curiosidad hacia García Lorca?

Uno de los fundamentos de mi base poética nació el día que descubrí a García Lorca en la biblioteca de la casa de mis padres. Primero me emocionaron sus versos y más tarde sentí algo especial al conocer que era un poeta de mi ciudad, un poeta que no solo estaba relacionado con las palabras sino con los silencios... Su sombra seguía pesando muchísimo en la Granada de los años 60 y para mí crecer se convirtió en la búsqueda de la ciudad que había quedado sepultada bajo los escombros de la Guerra Civil y la muerte de Lorca.

¿Hay riesgo de que esa admiración confesa acabe siendo una obsesión?

No (silencio)... A mí este año, por ejemplo, me gusta rescatar que hace cien años García Lorca se encontró con Antonio Machado durante una excursión a Baeza. Hablaron de poesía y eso fue fundamental en la formación de un muchacho que entonces tenía 18 años. Como lector me gusta recordarlo por la relación que tenía con la vida y la libertad.

¿Y qué siente Luis García Montero cuando un joven se le acerca para hablar de poesía?

En el hecho poético tan importante es un autor como un lector... El autor hace un poema, pero este solo funciona cuando lo habita un lector. Lo que sí conservo, y sobre todo comprendo, es la emoción de aproximarse a un poeta como en su momento yo me acerqué a Alberti. Él y Jaime Gil de Biedma me transmitieron muchas cosas sobre el oficio del poeta, pero es ahora, con unos cuantos años más de vida, cuando me he dado cuenta de que ellos me enseñaron a tomarme en serio a los jóvenes. El riesgo de convertirse en un viejo cascarrabias se pasa reconociendo que hay jóvenes maestros que te pueden enseñar a entender la vida desde otra perspectiva.

La poesía nunca ha tenido problemas para permitir la incorporación de sabía nueva, ¿no?

Las agendas se van llenando de tachaduras conforme mueren los mayores y tener esos apoyos más jóvenes es importante. Para seguir en este oficio es necesario tener mucha energía.

Los silencios de Lorca también aparecen en su poesía urbana.

Ese es un intento por utilizar todo el rigor del lenguaje poético para hablar de la vida cotidiana de la gente. Los poetas no podemos aspirar a que la gente se interese por la poesía si esta no habla de la vida de esa gente. Contar lo que siente un enamorado, cómo es la relación con la muerte o una perplejidad política debe ser interpretado como un hecho natural. Cuando escribo poesía huyo de identificar calidad con dificultad. Tampoco me gusta asociar la calidad con la rareza. En el momento en el que Jorge Manrique recurría a la metáfora de tomar un castillo para hablar del amor no estaba inventándose una cosa rara. Solo estaba escribiendo de su trabajo, porque para él lo que hoy es ir a la oficina entonces era comparable con tomar castillos. Garcilaso no habla de caballos porque estos sean más bonitos que un taxi, sino porque entonces se usaban para viajar o moverse por la ciudad... No comprendo a los poetas que piensan que es más poético no escribir sobre taxis o barras de bar, es decir, de lo cotidiano.

En un ciclo en el que la izquierda parece estar en crisis, hay poetas cuyos versos tienen más fuerza que un dirigente al que acaban de cortar sus alas. ¿Puede ser la poesía una plataforma para recuperar batallas perdidas?

Tanto los poetas como los cantautores solemos hablar de deseos, experiencias, insatisfacciones... Un poeta no es un acomodado y sabe que en sus versos hay palabras que generan rebeldía. El arte verdadero tiene una dimensión política muy clara desde Dante hasta nuestros días. Vivimos un periodo muy malo porque la política ha perdido su parte poética, es decir, la defensa de los ideales humanos.

¿Es posible hallar un proceso creativo apolítico?

Es complicado, pero no hay que descartarlo al cien por cien. Hay autores estupendos politizados que son de derechas. Vargas Llosa no solo es un novelista excelente, sino que también es muy de derecha. En la izquierda existen escritores magníficos que igualmente están politizados como John Berger.

¿Esa pérdida de ideales de la que habla es recuperable?

En todos los partidos hay grescas entre militantes que no tienen la política como ideal de sus vidas sino como oficio. No es que tengan una gran ambición o estén pensando en el beneficio comunitario, pero son conscientes de que si no se mantienen en ese sillón pierden un gran puesto de trabajo. La mayoría entraron en política de concejales cuando eran jovencitos y desde entonces viven del aparato del partido al que se afiliaron.

¿Por qué la poesía sigue padeciendo este maltrato comercial?

La poesía necesita lectores para vivir, pero hay una cosa dentro de esta sensación de desprecio permanente que es mucho más grave: me preocupa que los poetas caigan en la tentación de mirarse en exceso su ombligo. A mí no me vale el discurso de como esta sociedad es utilitaria, la sociedad es imbécil. O como esta sociedad no se interesa por mi poesía, yo no me voy a interesar por ella... Me repugna ese grado de narcisismo.