Bajo la capa de un denso marrón oscuro -para los canarios canelo fuerte- van apareciendo, paulatinamente, las tonalidades originales: azules, rosáceas, verdes, blanquecinas... El retablo de La Misericordia luce, por fin, como Dios manda.

El "milagro" de alumbrar este conjunto que se alza en la iglesia de san Pedro Apóstol en el municipio de Vilaflor, que goza del grado de protección de Bien de Interés Cultural con categoría de monumento, es producto de la mano humana, del concienzudo y profesional trabajo de restauración llevado a cabo por Marcos Hernández Perera, doctor en Bellas Artes, una iniciativa patrocinada por el Obispado Nivariense, el Cabildo y el Ayuntamiento de Vilaflor, con un presupuesto de 27.000 euros, de los que la Corporación insular aporta en torno a 20.000.

El retablo, instalado en la capilla del Evangelio, se realizó en 1678 y fue pintado con posterioridad a 1794. De las imágenes sobresalen la del Crucificado, que ya aparece en el inventario de 1605; la Dolorosa, a la que se dedica el retablo, tal y como se destaca en el frontal de la mesa del altar: un corazón atravesado por una daga, y el emblema del remate del retablo, en que figuran las iniciales MD, que hacen referencia a María Dolorosa. Estas tres figuras han ocupado el retablo durante más de tres siglos, tal y como consta en el inventario de 1678, que es así como lo recoge Nelson Díaz Frías en su estudio "Historia de Vilaflor de Chasna", Tomo II pág. 188.

Además, el conjunto incluye un san Juan Evangelista, san José con el Niño y una Verónica.

De autor anónimo, el retablo de la Misericordia data del siglo XVIII y está realizado en madera policromada, aunque en el siglo XIX fue repintado de "manera inadecuada". De estilo barroco, con tres calles, dos cuerpos y remate, el restaurador Marcos Hernández precisa que el "retinte" cubría esta estructura en madera de tea "desde el suelo hasta el remate", incluso hasta el interior de las hornacinas.

Además, señala que las maderas se encontraban en mal estado, "unas torcidas, otras jeringadas y faltaban algunas en el nicho central", explica, y cómo hubo que realizar un trabajo de carpintería. "Hasta fue necesario calzar la estructura con gatos hidráulicos para garantizar su estabilidad".

La intervención se realizó en dos fases y se concretó con la reconstrucción de los dedos de pies y manos que le faltaban a la imagen del Crucificado que preside el retablo y, asimismo, al cuadro de san Francisco del remate.

La consejera insular de Patrimonio, Josefa Mesa, recuerda que con esta intervención son ya tres los retablos restaurados en esta iglesia, "que ahora luce con gran vistosidad gracias a la recuperación de los pigmentos originales".

Con esta apreciación coincide plenamente el restaurador, quien se refiere a que la "iglesia se muestra ahora en su conjunto más cuidada, bonita y luminosa", gracias a una modificación en el espacio que resulta perceptible para los naturales de Vilaflor, como también para quienes visitan el municipio.

También subraya Marcos Hernández el gran interés que manifiesta el pueblo por "mantener su iglesia en las mejores condiciones" y la "enorme amabilidad" que le han brindado durante los tres años que lleva trabajando en el pueblo.

La crisis ha afectado a los procesos de restauración que, como un apéndice de los presupuestos culturales, han sufrido los recortes.

Lo cierto es que cuando escucha que la restauración es una profesión de lujo se echa las manos a la cabeza y, de igual manera que los profesionales de la Medicina, advierte sobre la necesidad de prevenir, que no es otra cosa que aplicar "tratamientos de conservación" previos a un deterioro que acaso se convierta en lamentación por la pérdida inevitable e irreparable de valores artísticos y hasta emocionales.

"Todo se deteriora", dice, y se refiere a piezas con una antigüedad de 300 o 400 años, y habla de la humedad, el polvo, los clavos, la oxidación... Y de la dejadez de algunas instituciones...

Pigmentación a base de piedras del Teide

José Villavicencio figura como el "pintor que ejecuta las pinturas de los retablos del cuerpo de la iglesia, el púlpito, el banco de la manga, así como las gradas de la capilla mayor y el arco lateral". Y refiere Manuel Jesús Hernández González en su estudio "La renovación artística de la Iglesia de San Pedro de Vilaflor (Tenerife) a comienzos del siglo XIX" que "no sólo se compran las pinturas en las tiendas, sino que además se abonan 160 reales de gratificación a los que fueron a buscar a la cumbre piedras de colores". Se trata sin duda de una singular referencia que apunta el uso de piedras extraídas de Las Cañadas como material artístico para la pigmentación de la madera del retablo. Aunque resulta habitual en manifestaciones de arte efímero, como las alfombras del Corpus Christi de La Orotava, no es frecuente en las Islas en este tipo de manifestaciones. En el estudio de Hernández González figuran también otra serie de materiales que apuntan una ejecución de tipo tradicional, como la adquisición de yeso para el estuco, los cueros y garras utilizados en el engrudo, además de la leña y el carbón para calentar los pigmentos, a los que se suman los gánigos utilizados como depósitos adquiridos a María Estévez.