Sé que no todos los políticos son buenos, ni todos son malos y que a veces aparecen personalidades que cambian para bien una ciudad. Hay muchos casos que podría citar, desde Pascual Maragall en Barcelona, hasta el tándem que en Santa Cruz supusieron Manuel Hermoso y Adán Martín. Pero hoy voy a hablarles de Manny Díaz, exalcalde de Miami. Elegido en 2001, durante ocho años dirigió una de las transformaciones urbanas más dramáticas de la historia de Estados Unidos aprovechando el poder de la arquitectura para convertir Miami en una de las ciudades más admiradas del mundo.

Manny Díaz es abogado, y cuando llegó a su cargo de alcalde no tenía ni idea de arquitectura ni de urbanismo ni de lo que implican para la sostenibilidad ambiental y económica, y sin embargo pasará a la historia por su plan Miami 21 que recuerda a aquel Santa Cruz para Vivir de nuestros gloriosos años 80.

Puede parecer que un alcalde ya enfrenta demasiados desafíos a diario como organizar el funcionamiento de la ciudad, erradicar la pobreza, garantizar la seguridad de los ciudadanos, etc., como para tener que ocuparse también del diseño de la ciudad. La mayoría de los alcaldes que he conocido se pierden en esas preocupaciones diarias y no se dan cuenta de que el diseño de la ciudad es el corazón de todo lo que debemos hacer para resolver el resto de los problemas y conseguir una ciudad habitable y sostenible. Buscar un crecimiento inteligente, diseñar una ciudad que tenga sentido, una ciudad que funcione requiere un plan urbano.

Manny Díaz ha explicado en alguno de sus discursos que una ciudad es como una orquesta y para que una orquesta cree música hermosa, todos los instrumentos deben trabajar juntos interpretando una misma partitura. De esa idea surgió Miami 21. Lo que más me gusta de este plan es que no se centra en lo que está prohibido sino en lo que se desea para la ciudad a largo plazo.

El trabajo más importante de un alcalde es el de arquitecto jefe de su ciudad, porque las decisiones que toma hoy determinarán el carácter y la función de una ciudad durante los próximos 25, 50, 75 años. Las decisiones sobre edificios, puentes, carreteras y calles, y el ámbito público pueden servir para mejorar el futuro de nuestra ciudad o para ayudar a condenarla a la mediocridad durante décadas.

Miami era conocida, antes de Miami 21, por muchas cosas: su diversidad, cultura, comida, playas y vida nocturna.

Sin embargo su historia también está llena de ejemplos de un descuido casi criminal por el medio ambiente: la expansión suburbana; usar parques como vertederos; sin edificios verdes, etc. Cuando comenzó Miami 21 se implementaron muchas iniciativas ambientales: un plan de acción climático; kilómetros de carriles bici, nuevos espacios para árboles, edificios verdes. Pasaron a estar entre las 10 ciudades más sostenibles de los EEUU hoy.

A finales de los años noventa, Miami también era conocida por muchos como la capital de las drogas y el asesinato, de la pobreza y los disturbios. Tenían un desempleo de dos dígitos. La ciudad estaba bajo supervisión financiera del estado y tenía el estatus de bono basura, los parques y espacios abiertos estaban descuidados, las calles sucias e inseguras, los barrios en decadencia.

Se centraron en crear un clima de oportunidades. Mediante una planificación adecuada e inversiones valientes, se crea un entorno que entiende que el diseño de la ciudad es también una importante herramienta de desarrollo económico, pues, a través del mismo, se crea calidad de vida que atrae y mantiene a personas inteligentes y creativas y negocios que permiten a una ciudad sostener una economía competitiva a nivel mundial.

Uno de los actos más increíbles que realizaron fue invertir en las artes de tal manera que una región previamente criticada como carente de arte y cultura se ha convertido en una de las grandes capitales del arte del mundo.

En la actualidad, el papel de las ciudades se ha vuelto más importante que nunca. El factor más destacado para atraer a los trabajadores jóvenes y creativos de hoy no está en que harán, sino dónde lo harán. Los nuevos residentes urbanos quieren que las ciudades se centren menos en reclutar nuevas grandes compañías (el viejo paradigma) y más en invertir en nuevas opciones de transporte, espacios peatonales y culturales, en crear un gran lugar para vivir.