Amado Gavilán, Natividad Canda Mairena, Leonardo el Galante... Esos son algunos personajes que han cincelado el alma creativa de un gran cuentista, un ser con espíritu revolucionario al que la escritura apacigua hasta convertirlo en un tipo pachorrón que abre y clausura reflexiones que parecen no estar emparentadas entre sí, pero que conforman la exuberante personalidad de Sergio Ramírez. No caiga en la tentación de tratarme con el rango de exvicepresidente, hablemos de literatura transmite con una mirada muda en el arranque de una conversación en la que siempre hay un hueco para gritar a favor de una insurrección que ya se ha diluido en el tiempo como un minúsculo terrón de azúcar que desaparece con el primer café mañanero.

Su literatura y, por supuesto, su vida tiene algunas connotaciones con el mito de Robin Hood. Se lo digo porque a veces da la impresión de que lo que le quita a los ricos se lo devuelve a los pobres.

Algo de eso sí que hay (ríe generosamente, casi a carcajadas)... Toda la literatura europea del siglo XIX sigue ese esquema. Si uno lee "Los miserables" (Victor Hugo), "Los tres mosqueteros" (Alejandro Dumas) o "El conde de Montecristo" (A. Dumas) enseguida va a sentir esa conexión. También en los cuentos de Dickens. A la gran mayoría de los escritores no nos gustan las injusticias y no encontramos mejor remedio para enmendar el mundo que la escritura. Cervantes también lo hizo con "El Quijote".

¿Esa injusticia de la que habla fue la que lo impulsó siendo aún un muchacho a escribir en las páginas de la revista Ventana?

Para un adolescente no existe mayor emoción que tratar de despertar a un mundo injusto. En mi caso, un mundo no solo injusto sino represivo. No es fácil nacer bajo una dictadura y tener que convivir con ella como si no estuviera ocurriendo nada malo. Yo nací con la presión del viejo Somoza, fui a la universidad cuando accedió al poder Luis Somoza y más tarde me tocó ayudar a derrocar al último de los Somoza... Esa es una carga muy costosa de llevar que tuvo una clara influencia en los fantasmas con los que tuve que lidiar desde el momento en el que decidí ser escritor.

Todas las dictaduras comparten unos puntos de anclaje similares en su origen, pero al final cada una tiene sus personajes, miedos, miserias... ¿No todas son iguales?

Las independencias se suelen ganar en procesos de anarquía... El mismo Bolívar en alguna ocasión tuvo la tentación de pensar en el imperio como una manera de eliminar a todos los facciosos. Algunos de esos próceres anhelan llegar al poder a través de las dictaduras. Las novelas han exaltados a muchos de esos tipos como figuras exóticas que encontraron el apoyo de Estados Unidos, de los bancos, de las compañías bananeras... Al final, inevitablemente nos convertimos en unas repúblicas bananeras gobernadas por unos dictadores. En 1956 se produjo un instante bastante curioso a partir del cual este fenómeno cobró otra dimensión. Ese año hubo una reunión de mandatarios de América Latina con el presidente Eisenhower (Estados Unidos). Hay una fotografía impresionante en la que se ve al mandamás norteamericano rodeado de auténticos gorilas. En esa imagen tan desconcertante aparecían Somoza, Fraguas, Trujillo, Batista, Castillo Armas, Odría... Eso es una verdadera colección de tiranos. ¡Solo con lo que se ve en esa instantánea da para escribir unas cuantas novelas! Luego nos encontramos con otros dictadores ideológicos del cono sur que libran una guerra interna para perpetuarse en el poder. En este bando hay que colocar a Videla y a Pinochet. Esto es realmente complicado y no lo podemos resolver en una entrevista (pausa)...

Usted no ha parado de denunciar esas tropelías en artículos de prensa, cuentos novelas...

Lo hice porque América del Sur continúa siendo una tierra de injusticias en la que la riqueza se reparte desproporcionadamente. Allí las cosas no han cambiado con los populismos que se posicionan en la izquierda. Los que sueñan con un mundo mejor no tienen otra alternativa que mirar a la frontera de Estados Unidos con un deseo de cambio que suelen acabar en drama. La inmigración no deja de ser un negocio que mueve miles de millones de dólares. Si no existieran esos focos de marginalidad nadie hubiera conocido la crudeza que se respira en los bajos fondos de Honduras, México o El Salvador donde las mafias se mueven sin control.

Aunque puedo intuir cuál será su respuesta, ¿qué fue lo que provocó su "alistamiento" político para hacer la revolución nicaragüense?

Cuando estuve en la guerrilla me involucré con todas mis fuerzas para arrancar del sillón al último de los Somoza. Desde mi posición, que básicamente tenía que ver con el hecho cultural, diseñé y participé en el proceso revolucionario.. Yo iba como escritor y las personas que estaban a mi alrededor sabían cuál era mi cometido: la revolución mató al escritor durante 10 años; en ese periodo no escribí ni un solo renglón. Me aterrorizó el hecho de que si aquella situación se alargaba corría el riesgo de dejar de ser escritor. Hace 20 años volví a la escritura y dejé de participar en política.

¿Está seguro de que ha roto todas las sogas que le unían a la política?

Yo no soy miembro de ningún partido y tampoco aspiro a ocupar en el futuro un cargo político, pero unido a mi condición de escritor está el ciudadano que no se queda quieto o callado cuando se comete una injusticia. Mi opinión es sagrada y nunca oculté una crítica en la ficción.

¿Además de un acto de valentía, eso supone asumir un riesgo demasiado elevado en un sector tan volátil como el literario?

Pero yo no puedo cambiar mis pensamientos por una cuestión comercial... No dudo de que haya algún buen escritor que jamás se manifestara en público en contra de una situación de abuso, pero soy un escritor que opina y que no se siente bien callado. Afortunadamente hay muchos colegas que han elegido el mismo camino.

¿Estar una década alejado de la literatura no debió ser el periodo más feliz de su existencia?

No lo fue (silencio), pero aquella llamada a filas estaba justificada por el triunfo de la revolución. Yo sabía que me estaba jugando la vida, pero cuando decides entrar en ese juego hay que llegar hasta el final y no quedarse en una posición tibia o intermedia. La vida me ha enseñado que el compromiso siempre tiene un precio muy alto.

En muchas de sus reflexiones, en las páginas de "Adiós muchachos" e incluso su mirada hay un halo de decepción por una revolución no fracasada, pero sí incompleta. ¿Esa sensación es real?

Queda la nostalgia de lo vivido y lo no realizado. Esa revolución frustrada que devoró muchísimas ilusiones. Unos sueños compartidos que murieron antes de tiempo... La gloria de los días de insurrección se desplomó por el pandillismo y un gobierno familiar... Eso es lo peor que le puede pasar a un revolucionario: ver cómo se desmoronan unos ideales por los que no dudó en entregar su vida.

¿Ese ensayo se convirtió en la excusa para oficializar que su yo más guerrillero pasaba a la reserva?

Yo renuncié a la militancia en el año 1995. Posteriormente fundé un partido (Movimiento Renovador Andinista) y perdí unas elecciones presidenciales. Me fue muy mal.

¿Esa distancia que ha puesto con la política no le impide pensar que Daniel Ortega es una especie de ser mesiánico al que se le ha pasado el arroz?

El fenómeno del sandimismo es un elemento muy común en América Latina desde el siglo XIX. Al principio hablamos de la existencia de distintos tipos de dictadores, pero siempre hay un único caudillo que llena los espacios de las instituciones. No es una intuición mía, sino que comparten muchas personas que nacieron bajo distintas banderas: América Latina va a "respirar" mejor cuando la gente esté por encima de las instituciones.

¿Y mientras tanto Ortega sigue gobernado?

En Argentina, Chile o Uruguay hubo dictaduras que transformaron la vida política, económica y social de esos países, pero cuando estas cayeron las instituciones se recuperaron porque tenían unos cimientos más o menos fuertes que existían antes que los tiranos que las maniataron. Cuando el día a día institucional tiene peso y los jueces y los fiscales son independientes para juzgar a un presidente que ha defalcado o lavado dinero, pero en los países donde nunca existió ese tejido democrático, como es el caso de Nicaragua, todo es más complicado. Un sistema como el que ha ideado Ortega no es tan distinto como el que existía en la época de los Somoza. Es una pena que los más listos quieran apoderarse de la voluntad de tantos ciudadanos que no encuentran esas respuestas institucionales para disfrutar de una vida algo más cómoda.

¿Le molesta que muchos lectores lo consideren un escritor revolucionario?

No... Yo sigo siendo un revolucionario, un escritor de izquierdas que igualmente denuncia los desmanes, las brutalidades, que se irrita contra la supresión de la democracia que propician dirigentes que ideológicamente están en mi misma acera, pero que tienen conductas fascistas.

Siendo el mismo autor de "Tiempos de fulgor", "Un baile de máscaras" y "Perdón y olvido", en esos ejemplos hay unas fórmulas narrativas distintas que no sé si están vinculadas con un estado de ánimo. Eso sí, la voz es reconocible. ¿Eso, al igual que su capacidad para opinar, es sagrado?

La lucha del buen escritor debe ser construir un estilo propio sin sentir la necesidad de tener que cambiar su discurso en función de la novela que está escribiendo. Yo lo comparo con el músico que es capaz de tocar varios instrumentos: todos suenan distintos, pero el que provoca esos sonidos es la misma persona. Machado escribió en uno de sus poema "a distinguir me paro las voces de los ecos".

¿Y el escritor que habla con esta pasión de su oficio cayó alguna vez en el acomodamiento de saber que su obra ha sido muy premiada?

Hay autores que se han acabado convenciendo de que su obra sin esas recompensas no vale la pena, pero mi criterio es otro... El escritor que cae en la tentación de ser un "cazapremios" acaba pervirtiendo su creatividad. Sería absurdo decir que a mí no me gustan los premios, incluso cuando llegan los disfruto con los míos, pero nunca me he sentado a escribir pensando en ese tipo de gratificaciones. No existe en el mundo un novelista o un poeta que no tenga una buena dosis de vanidad incrustada en su personalidad.

Gabriel García Márquez, con el que usted la fortuna de compartir muchos ratos de conversación, estaba convencido de que si a "Cien años de soledad" le quitaban sus atributos periodísticos se podía desplomar. ¿Literatura y periodismo no son hermanos, pero sí primeros hermanos?

Ahí existe una línea muy delgada que no siempre es fácil de distinguir, pero que tiene una barrera infranqueable: en un artículo de prensa se puede faltar a la verdad, mientras que en un relato ficcionado el autor casi está obligado a no contar la verdad. El punto de unión entre estos géneros es el lenguaje, pero un periodista de raza puede ser un buen escritor.