Aparte de que John Fitzgerald Kennedy fue asesinado allí, quizás no conocemos de Dallas mucho más que las imágenes que algunos tenemos grabadas en la retina de aquella serie glamurosa del mismo nombre y todas las turbulentas historias de la multimillonaria familia Edwin que surgieron de la imaginación de Burt Hirschfeld y su libro "Los hombres de Dallas".

Ahora, Dallas (7 millones de habitantes y una de las zonas más ricas de EE.UU) está viviendo un segundo (o tercer) renacimiento. Una transformación rápida que garantiza su porvenir (si Trump no lo impide, claro). Gran parte de ese renacer tiene que ver con la buena arquitectura contemporánea, pues se han centrado en diseñar un uso más racional y sostenible de los terrenos disponibles para hacer posible el desarrollo económico, el transporte y las iniciativas de diseño urbano y alcanzar objetivos estratégicos de ciudad relacionados con la calidad de vida de los diferentes barrios, la sostenibilidad y la revitalización de las zonas deprimidas. De esta serie de iniciativas de planificación una de las que más atractivas resultan es el desarrollo del Distrito de las Artes. Y es que una vez más se apuesta por la cultura para que un lugar tenga futuro.

Aunque el pasado de Dallas está unido a la actitud "cowboy" de construir, construir, construir, ahora las nuevas autoridades se han dado cuenta de que esa no es la única manera de prosperar, ni la más sostenible, sino que, como afirma Philip J. Jones, el responsable del Dallas Convention & Visitors Bureau "el mejor espejo para ver reflejado el futuro de Dallas es la cultura."

En dicho distrito de las artes hay edificios muy interesantes de Renzo Piano, Norman Foster, etcétera, especialmente uno en el que nos extenderemos aquí: el Museo de la Naturaleza y la Ciencia, diseñado por Thom Mayne, ganador del Premio de Arquitectura Pritzker. Thom Mayne y sus socios fundaron Morphosis Architects, con sede en Santa Mónica, en 1971, y se ha especializado en un enfoque de planificación urbana que Morphosis denomina "urbanismo combinatorio" y "ecotopía".

Al acercarte al museo no ves solo un edificio, sino una interpretación del paisaje que celebra una sección abstracta de Tejas, un bosque inspirado en árboles nativos de las grandes llanuras de la Panhandle. En medio del bosque está el museo, que parece un gran cubo que flota sobre el zócalo de extraña naturaleza. Desde la plaza, una cubierta ajardinada atrae al visitante a través de un espacio comprimido en el vestíbulo. Como dicen en el propio Morphosis, "la topografía del techo ondulado delhall de acceso refleja el dinamismo de la superficie del paisaje exterior, borrando la distinción entre el interior y el exterior, y conectando lo natural con lo artificial. Desde la planta baja, una serie de escaleras mecánicas llevan a los visitantes hasta el nivel superior. De esta forma llegan a una terraza totalmente acristalada con vistas sobre la ciudad. Desde este balcón en el cielo, los visitantes vuelven a bajar en un camino en espiral a través de las galerías".

Es como una procesión alegre y dinámica que genera una experiencia espacial que casi engulle a los visitantes conectándolos con los contenidos del museo. Pero no siempre un museo consigue inspirar asombro y curiosidad, para ello hace falta un buen diseño tanto de la arquitectura como de los contenidos, ya que los buenos museos son fundamentales en las ciudades, desde siempre, y hoy quizás más, pues presentan nuevas formas de interpretar el mundo. Estimulan la curiosidad, sensibilizan sobre la importancia del conocimiento, educan y nos ayudan a entender el mundo en el que vivimos. En este caso, el nuevo Museo Perot de la Naturaleza y la Ciencia en el Parque de la Victoria aporta identidad propia y enriquecer la ciudad de Dallas.

*Profesora de Gestión de destinos de turismo cultural de la Universidad Europea de Canarias