Para muchos, la reina de las setas es la oronja (ou de reig en catalán, kuleto o gorringo en euskera, raíña en gallego...). Esta especie es fabulosa en la cocina, escasa -claro está- y apreciadísima desde siempre. Es muy expresiva: su sombrero, primero hemisférico, luego convexo y finalmente aplanado, es de un atractivo color naranja.

Parece que Nerón fue el de la afirmación de que las setas (en general) eran "un manjar de dioses", a raíz de que su madre, Agripina, asesinara a su esposo, el emperador Claudio, suministrándole algunos ejemplares de "Amanita phalloide" (cicuta verde), ya sabemos que mortal de necesidad, mezcladas con unas cuantas "Amanita cesarea".

Yo, que hace años aprendí cosillas de la micología con el cocinero Miquel Márquez, he notado últimamente una insistencia en comer las setas crudas y aderezadas de distinto modo. La referida amanita de los césares, por ejemplo, puede servirse en carpaccio sobre papa y aceite; con huevo y atún o con criadillas y pasta. Crudas, como reafirmo, tienen el evidente regustillo a moho; normal pues, estas delicias de montes y bosques son agua, y agua empozada, para más señas.

No pierdo de vista una de las nuestras de Canarias que, en perfumes minerales y también en textura me parece manjar de hombres. Es de fiesta cuando puede encontrarse y no es otra que la boletus pinícola.