Había algo alegórico, acaso hasta premonitorio, en el concierto inaugural del Festival Internacional de Música de Canarias. Sobre el "hall" del Auditorio de Tenerife flotaba una sensación de asumida y tensa incertidumbre, de nerviosa expectación, que apareció envuelta en la piel de ese ambiente que ha venido sonando entre crítico y algo disonante. La polémica abierta sobre el modelo de festival, agitada desde hace meses, también acudió a la cita y lo hizo predispuesta a examinar con metrónomo y afinador la noche de estreno, mezclándose junto a los abonados y el resto de espectadores de butaca, repartidos por algo más de tres cuartas partes del aforo.

Ahora bien, su recitado duró el tiempo justo, hasta que la música tomó la palabra. Entonces se obró el sortilegio. Con la primera nota de "Chamán", composición del orotavense Gustavo Trujillo, la Mahler Chamber Orchestra (MCO) comenzó a marcar una edición que se acompasa de manera distinta. Por primera vez en treinta y tres ediciones, el festival se abre con la obra de un músico canario integrada, además, entre un conjunto de piezas que como el "Concierto para violín y orquesta n 1", de Prokofiev, y "Nature, Life and and Love", de Dvorak, apenas suelen aparecer en las programaciones, difíciles y complejas en su ejecución, y es que quizá se hace preciso que el público aprenda a escuchar de todo o al menos a elegir.

Las trompas y trompetas, intensas y expresivas, anunciaron la presencia imaginaria del brujo, esa figura intermediaria entre lo humano y lo divino que con el avance de una partitura del siglo XXI iba mudando, a ritmo de cuerdas y vientos y en vertiginosa fanfarria, en un embaucador charlatán.

El encantamiento fue real y el público ovacionó al compositor, que saludó agradecido y emocionado desde el escenario.

La segunda pieza descubrió la brillantez y virtuosismo de un solista, Franz-Peter Zimmermann, en armonía y diálogo constante con una orquesta que se convirtió en su cómplice y compañera. El encanto lírico del inicio, con el oboe y el violín sonando aterciopelados, fue sumando violas, flautas y clarinetes en suaves melodías, mientras el solista, que a cada compás ganaba presencia en su interpretación, iba creciendo con agilidad, figuras enérgicas, estacato, trinos... La vivacidad se convirtió en un elemento contagioso y el público marcaba el ritmo cabeceando, con movimientos de pies; la melodía se ensanchaba, el tempo se apresuraba y Zimmermann fue llegando lentamente a su final, casi adormecido.

El auditorio respondió con un cerrado aplauso, sobras ovaciones, reclamando al violinista hasta en tres ocasiones. De propina, el alemán ofreció dos "caramelos" (no se oía ni un golpe de tos y la Orquesta se hizo público) que endulzaron el ambiente aún más, elevaron el tono musical y predispusieron al público al descanso.

A la vuelta, cuando todo hacía pensar que ya se había cubierto el expediente, surgieron como coda a una noche viva el director Jakub Hrusa y la MCO destapando uno de esos tesoros poco conocidos del compositor checo Dvorak: tres poemas sinfónicos sobre Naturaleza, Vida y Amor, que interpretados en conjunto toman una nueva dimensión. Con la ejecución de "El reino de la naturaleza", "Carnaval" y "Othello" está formación estimuló las ganas por la música y selló una jornada inaugural que hasta regaló a Brahms.

Por el Auditorio se oyeron pasar un brujo, un violinista y una orquesta.