Un fundido de sensaciones: música de piano, textos, pintura, videoarte, canto, representación escénica... El original formato de "Goyescas. Amor y Muerte", que se estrenó la noche del pasado sábado en el teatro Leal, dentro de la programación del Festival Internacional de Música de Canarias, sorprende por la capacidad para recrear variaciones de ambiente y también de carácter.

Creo que el público terminó siendo cómplice de los majos y majas, en cómo miran, sus quiebros y requiebros; en el qué piensan, de qué manera se relacionan... Era como verse desde el tiempo en la Pradera del Santo; la misma historia de ilusión, desazón, rabia, amor, como los versos de Ramón Betancor.

La pianista Rosa Torres Pardo, con el corazón en las manos, desplegaba el virtuosismo de una intérprete con hondura que iba haciendo suyo todo aquel mundo con colores, movimientos, melodías, tonadillas, un universo imaginado por el videoartista Hugo Alonso en proyecciones que se acercan y se alejan, que resultan hasta caprichosas.

Por encima de formalismos y poses, Rosa Torres admite los aplausos entre piezas, taconea marcando ritmo y acaricia las hojas ya leídas de la partitura, que caen levemente al suelo, como muertas.

La presencia en escena de la soprano Isabel Rey convoca la nostalgia, la melancolía y el amor desgarrado y con la irrupción del tenor canario Manuel Gómez Ruiz (¡qué potencia vocal y expresiva!) se desata la tragedia: el espectro y la muerte. El registro grave del piano marca la tensión emocional.

Granados revive a Goya y viceversa.