Fue George Bernard Shaw, nobel de Literatura y ganador de un Oscar, quien con un tono algo desdeñoso, y metido a funciones de crítico musical, dijo allá por 1890, precisamente el año en el que el maestro Pau Casals dio cuerpo a las Suites de Bach, que no sentía aprecio ninguno por un instrumento como el cello, cuyo sonido le parecía el de "una abeja zumbando en el interior de un cántaro".

Tendría que surgir entonces el genio universal de aquel hombre nacido en El Vendrell y con él una escuela, un modo de interpretar la música y también la vida, para desdecir aquella afirmación.

Precisamente, uno de los herederos de ese espíritu, el maestro Lluís Claret, regaló este domingo el "Concierto para violonchelo y orquesta nº 1" de Haydn junto a la Sinfonietta, bajo la batuta de su totular, Gregorio Gutiérrez, en el teatro Leal de La Laguna.

En sus manos, la brillantez y complejidad de una pieza que se convertía en hondura. Las cadencias ondulantes; la larga nota sostenida en el adagio; los tonos agudos, las veloces transiciones... Cómo reposa y respira la música en el acento de las notas, cómo el instrumento va tomando vida propia y habla.

El maestro dirige con el arco, ladea la cabeza con gesto cómplice al primer violín, asiente a los movimientos del director y sonríe, se abraza a su Nicolas Lupot, como tan pronto se hace grave.

De propina brindó el "Cants del ocells" ("Cantos de los pájaros"), musicado por Pau Casals, que dedicó "a una joven que cumple 80 años" (la madre de Miguel Ángel Jaubert, cellista y profesor del Conservatorio) y se despidió con unas notas a sus compañeros de cuerda, como uno más, el Nicolas Lupot de la mano y una cerrada ovación en el corazón. La grandeza es así de sencilla.

"Las Afortunadas", obra originalmente escrita para cuarteto de cuerda, estrenada por el Ensemble Stravinsky en octubre de 2010 con ocasión del centenario de CajaCanarias, sonó también en el Leal. El compositor tinerfeño Miguel Ángel Linares mostró su agradecimiento por esta circunstancia y aprovechó para elogiar la presencia de un intérprete de la talla de Lluís Claret, el hecho de que La Laguna recupere su orquesta y que en Canarias se produzca música.

De fondo, y como cierre a una inolvidable mañana, la Orquesta Sinfonietta, que a cada audición suena más empastada y limpia, interpretaba la "Sinfonía nº3 en re mayor" de Boccherini.

Pablo Ferrández, un Stradivarius y la pasión

Una curiosa y hasta casi obsesiva expectación recorría la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife la noche de este domingo. En el cartel del concierto de abono del Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC) figuraba, con letras mayúsculas, el nombre de Pablo Ferrández, un madrileño de 25 años, que ha establecido su residencia en Berlín y que llegaba a la Isla precedido por elogiosas críticas, galardonado con el premio ICMA 2016 al Joven Artista del Año y reconocido como el primer español premiado en el prestigioso XV International Tchaikovsky Competititon.

Muy pocas personas parecían dispuestas a perderse a este "diamante" en bruto y acaso por esa razón el Auditorio registró la que pudo ser la mejor entrada de la presente edición del FIMC, una cita en la que el cellista estuvo acompañado por la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria (OFGC), bajo la batuta de M. Tabaschnik.

El "Concierto para violonchelo en mi menor" de Elgar se considera pieza de repertorio para los cellistas, una de las "obras maestras para este instrumento", como refiere la musicóloga Marina Hervás en el programa, que además comenta cómo el cello se hace narrador y protagonista.

Desde la primera nota se inicia un inspirado viaje, un continuo tránsito de emociones. La propia naturaleza, el dramatismo y la melancolía de la obra se mezclan con la musicalidad y el buen gusto; la expresividad, la dulzura y la suavidad, condiciones de un intérprete que ya se define por su melancólica elegancia.

Con los ojos cerrados y una sonrisa sostenida, vuelta tan pronto a los violines como al director, tocando de memoria mientras mima, acaricia, rodea con los brazos o agita con ímpetu y viveza su Stradivarius Lord Aylesford (cortesía de la Nippon Music Foundation, que se ha convertido en su inseparable compañero y al que cuida no le caiga ni una gota de sudor), Pablo Ferrández logra distraer la atención sobre la orquesta para centrarla en él y su cello, que toma voz propia de una manera casi natural.

La ovación final coronaba una actuación mayúscula que se adornó con el brindis de una Sarabanda de la Suite nº 3 de Bach y que se llenó de ternura con los "Cants del Ocells" y unos pianísimos que sonaron como un arrorró.

A la OFGC, compañera de viaje, le correspondió interpretar "Preludio a la muerte de un fauno", de Debussy, y cerrar la noche con "Sinfonía nº 6 en mi menor, Patética" de Piotr Tchaikovsky.