A finales del XVII, Canarias exportaba malvasías y vidueños al mercado inglés. La villa de Santa Cruz y su puerto no habían alcanzado aún la hegemonía comercial que coronarían en la siguiente centuria. Ahora, en ese tornaviaje y llegados de Londres, la Academia de Música Antigua se presentaba en el Guimerá para convertirlo en templo barroco. La selección instrumental de la semiópera "The Fairy Queen", de Purcell, resultó una versión exquisita (como el malvasía) que fue envolviendo al público en un ambiente cercano y familiar. En ese onírico mundo de hadas, la soprano Rowan Pierce se erigió en la reina del escenario. Esta joven inglesa desplegó sin excesivos adornos sus fundamentos: coloratura, sentido de la claridad, fraseo fácil, voz medida, texto inteligible (una verdadera inmersión lingüística), con una languidez e inocencia que convirtieron en gracia y musicalidad hasta los pasajes dramáticos, también en la "Cantata Armida Abandonatta" de Händel. Los diálogos entre cuerdas, el empaste, la calidad tímbrica y la finura del conjunto de intérpretes que dirige el violinista Pavlo Bezniosuk se hizo virtuosismo en las piezas para cuerdas de Vivaldi y en el "Concerto Grosso" de Händel.

De propina, la soprano hizo un bis de Armida y evocó el lirismo con "Dell aura al sussurrar" de "La Primavera" de Vivaldi. Un sueño.

Nota: El Guimerá ofrecía un sucio aspecto, con restos visibles de un acto celebrado el sábado. Mala imagen.