En los setenta grafitos, carboncillos, sanguinas, aguadas y grabados reunidos en el Museo del Prado, el Españoleto presenta un duro, ético, descarnado y conmovedor documental del paisaje humano y social de su tiempo, una denuncia fuera del tiempo que calienta este frío invierno de Madrid donde las noticias más tristes salen de la miseria.

No es cuestión de perderse el mensaje crítico y solidario que encarnan los personajes del siglo de la fe y de las sombras; un abigarrado cortejo de pobres y pícaros, enfermos de todo mal, lisiados y mendigos; músicos, cómicos y acróbatas; viandantes y buscavidas de oriente y occidente: ascetas groseros que liberan necesidades, apetitos y argucias en la misma rúa; locos y místicos, perseguidos y apaleados de toda condición por la autoridad o la costumbre, también inmisericorde; perseguidos, ejecutados y mártires de la fe; leves alegorías del lado carnal del universo clásico e instantáneas caricaturas con gracia y canon; vicios y virtudes, caracteres resueltos en apenas un gesto y una línea. En certero inventario, una amplia galería de supervivientes de la pobreza, la crueldad y la injusticia de la bella y cálida Nápoles en la que el prolífico valenciano vivió, trabajó y murió en la primera mitad del siglo XVII.

Cedidos por una docena de colecciones y museos europeos y americanos, los espléndidos y variados papeles que los comisarios Gabrielle Finaldi y Elena Cenalmor seleccionaron para la muestra "Ribera, maestro del dibujo" rompen, de una vez por todas, con el tópico de "obra menor" que se aplica, con arbitraria ligereza, a los trabajos sobre soportes de materiales modestos.

En su inmensa mayoría, estamos ante trabajos exigentes en los que las aparentes facilidades de los distintos procedimientos no hurtan ambición y alcance a los resultados. Se trata, lisa y llanamente, de labores rigurosas y tareas inspiradas y, en muy pocos casos, de bocetos o apuntes para compromisos mayores; son tareas para sí, para complacer el continuo aprendizaje que obliga a los genios y para contemplarlos, a libre satisfacción, cuando el tedio se cuele en medio de un encargo bien pagado. Atenuado como otros grandes pintores españoles del periodo por el fulgor velazqueño, el talento incomensurable de José de Ribera (Játiva, 1591-Nápoles, 1652) escribió -o dibujó y grabó si así os gusta- la apasionante aventura del barroco sobre el papel, el humilde papel.