Durante el tiempo que la Catedral de La Laguna permaneció cerrada al culto, debido a los trabajos de reparación en la cubierta del templo (que se extendieron durante doce largos años, entre 2002 y 2014), el rico patrimonio que descansaba en su interior sufrió los nocivos efectos de agentes externos, sobre todo humedad.

Una de las piezas que resultaron "víctimas" de esta circunstancia fue el retablo de la Inmaculada Concepción. Su estado de deterioro era importante, refiere el restaurador Marcos Hernández Moreno, quien tras cuatro meses de concienzuda tarea culminó el pasado mes de noviembre los trabajos de "resurrección", con un resultado final que considera "ha merecido la pena tanto esfuerzo".

Los trabajos, en los que el especialista estuvo acompañado por Isidro Larizgoitia, se desarrollaron a lo largo de dos fases. La primera, desde la predela (banco o parte inferior del retablo) hasta el remate y la segunda, en la propia predela. Y precisa que "más que restauración habría que hablar de reconstrucción", como si de un puzzle se tratase.

Y es que el retablo y su conjunto se encontraban en un estado lamentable, literalmente destrozado, confiesa el restaurador: "Le faltaba el remate con el emblema de María; los rayos y la nube de gloria, las guirnaldas, el interior del sagrario y la paloma, más todos los rayos (símbolo del Espíritu santo) y la tarima de madera" sobre la que esta asentado el retablo para prevenir el exceso de humedad. "Por faltar, faltaba hasta el cordero sobre el Sagrario y se tuvieron que colocar unas 140 piezas desprendidas".

El interior de la hornacina, que había perdido hasta un 60% de su policromía, se desmoronaba al más ligero contacto. "En aquella época se utilizaban colas naturales y no sintéticas, como era el caso de la cola de conejo, que se obtenía cociendo los pelos del animal", precisa el experto.

El mal estado del patrimonio religioso merece una reflexión.