No hay antecedentes familiares cercanos que justifiquen su aproximación a la pintura, pero ella tiene claro que una de sus prioridades es estudiar un arte que desea transmitir a través de la pedagogía. "No sé con exactitud los pasos que tendré que dar para llegar a ser profesora de arte, pero sí que me gustaría enseñar pintura", añadiendo que "también otras asignaturas". A partir de la inocencia de una joven de 12 años, Lidia Tejera de Vera arma el discurso que orbita alrededor de su primera exposición. "El día que se inauguró sí que estaba nerviosa, pero eso ya pasó", cuenta una estudiante de primero de la ESO que empezó a tomar clases de pintura a los siete años. "Al principio mis padres no confiaban demasiado en la idea de que podía valer para esto, pero los profesores los fueron convenciendo de que no lo hacía nada mal", explica sobre las razones que la llevaron a permanecer en una academia durante cinco años. El día a día en las aulas la ha alejado momentáneamente de las clases, aunque ella pone fecha a su vuelta: "Ahora estoy más centrada en los estudios, pero en verano quiero retomar las lecciones en una academia".

Lidia revela que "cuando era pequeña pintaba más que jugaba". A partir de esa atracción por las formas y los colores trata de justificar cómo ha llegado hasta aquí. "No me siento distinta a mis compañeras de clase, pero sí percibo que estoy tratando de hacer realidad mi sueño", defiende en un instante de la conversación en el que no deja bien parada a la escultura. "No es una actividad que me guste. Al menos no me agrada tanto como pintar", confiesa sin ser consciente de que la escultura será una vía que irremediablemente tendrá que recorrer si lo que quiere es estudiar Bellas Artes. "¡Habrá que aprender!", apostilla.

La juventud que destilan las reflexiones de Lidia encuentra un maduro aposento cuando intenta dar las claves sobre qué busca a la hora de iniciar una composición. "Me agradan los cuadros -se declara una enamorada del color- que me hacen pensar y que, a su vez, provocan distintas sensaciones al espectador. Si logro que dos personas vean el mismo cuadro desde perspectivas distintas, eso ya es un éxito", dice.

Víctor Ezquerro Páez coquetea con la "invisibilidad" humana que se cuela en unos paisajes urbanos donde lo real y lo efímero sostienen un pulso titánico sobre el óleo. "Ortega y Gasset, que es un enorme pensador en desuso, estaba convencido de que las artes plásticas eran el arte de lo inefable, de lo que no se puede describir con palabras", replica antes de ampliar este punto de vista a otras variantes de la creación. "Curiosamente, también pensaba lo mismo de la poesía", asegura este catedrático de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de la ULL que se instaló en la Isla hace más de cuatro décadas y media. "Conocí a una chicharrera, que luego se convirtió en mi mujer, cuando los dos estudiábamos Bellas Artes en Madrid", recuerda sobre los motivos que le trajeron a una tierra que adora.

Ezquerro Páez acumula múltiples experiencias en el ámbito de la docencia y en el de la exposición pública de su obra, pero ese extenso y rico legado -servido en pequeñas píldoras artísticas en la muestra que se puede visitar hasta el próximo lunes en Almeyda- no desplaza ni un solo milímetro su posicionamiento de partida con respecto a cómo nace una composición. "Los cuadros se hacen a base de impulsos, pero todavía soy incapaz de dar una explicación racional sobre qué motiva ese primer gesto", valora justo antes de retomar un análisis que lo acompaña desde hace años. "La gente se sigue acercando para decirme lo que yo he querido transmitir en un cuadro. A veces aciertan, pero lo habitual es que digan algo que no estaba previsto ni en la idea original ni final".

Ahí es cuando la madurez de un pintor como Víctor Ezquerro choca de frente con la ilusión de Lidia. "La pintura tiene que ser un espacio para la reflexión, un lugar a partir del cual cada persona puede realizar un análisis de lo que está viendo en ese instante", puntualiza el profesor.