Era martes 21 de febrero y a las diez y media de la mañana, sin hacer caso al refrán, el ayudante de dirección pidió silencio, los actores se concentraron y unos segundos después se escuchó la palabra mágica, aquella que hace posible todo: alta y clara se oyó "acción" y en mis monitores la película empezó a cobrar vida.

Normalmente, antes de empezar una película, se ensaya con los actores, se habla de los personajes, de las secuencias, hacemos lo que se llama una mesa italiana, que consiste en juntar a todos los actores para leer el guión, la gente se conoce, charla antes de la lectura y después todo el mundo se enfrenta a su personaje. La ventaja de esa mesa italiana es que tú puedes escuchar y comparar a todos tus actores, uno ira más lento, otro será más teatral, otro dramatizará mucho y otro trata de leerlo neutro, sin énfasis ni emociones, para no gastar al personaje (te comentará luego él); esa primera lectura vale para que empieces a tener una idea de los tonos, de cómo es cada actor, pensarás que tienes que bajar a aquel que se lleva todo arriba y sobreactúa. Luego está el actor que tiene tres líneas y procura que sean las más importantes del guion, deberás explicarle que no lo son y que la naturalidad debe primar ante todo; otro que tiene un papel importante y poca energía, y ya vas viendo que te va a tocar estar un mes detrás de él insuflándole ánimos, llevándole arriba, contándole cómo su personaje debe liderar tal o cual momento.

Después llegan los ensayos de las secuencias, donde los actores entienden qué quieres del personaje, les das referencias, motivaciones, les explicas por qué sí o por qué no en ese momento de la película no deben sentir lo que ellos entendían y sí lo que tú quieres. En el rodaje los actores se ponen básicamente en tus manos, deben tener claro que tú sabes lo que quieres y cómo lo quieres, tienen que confiar en ti para que cuando les pidas un mortal hacia atrás con sus emociones, ellos, sin pensarlo, lo hagan, y así día tras día durante todas las semanas de rodaje.

Todo ese bonito proceso mezclado con los agentes americanos, falta de tiempo y no mucho presupuesto se quedó en mi película en una charla de una hora con cada actor el día antes del rodaje, pues los actores solo habían llegado a Puerto Rico desde Los Ángeles unas horas antes del inicio de la grabación, con lo que cuando el 21 de febrero yo llegaba, a las siete de la mañana, a la localización en la plaza de Colón de Mayagüez iba con la angustia por saber cómo serían mis actores, cómo dirían las frases, cómo escucharían mis indicaciones, en definitiva, cómo afrontarían los personajes. Me senté en una mesa que habían dispuesto cerca del lugar del desayuno, los actores me sonrieron, pero noté que estaban nerviosos, ellos tendrían que saltar de un trapecio en un rato y yo debería decirles cómo hacerlo para que el mortal fuera perfecto, pero aún no sabía yo mismo si ellos estaban preparados para el salto, si podrían hacer ese mortal como yo quería que fuese. De lo que ocurriera en los siguientes diez minutos dependería las siguientes cinco semanas de rodaje y en definitiva la película. Tim, el ayudante de dirección, había parado maquillaje y peluquería para hacer la lectura de la secuencia que íbamos a rodar el primer día, seis páginas de guion, que es bastante, aunque también es verdad que era solo una secuencia y una localización, lo que nos daba doce horas de rodaje para repetir una y otra vez la misma acción. Los actores con sus cafés, sin maquillar, con el pelo a medio hacer y el sueño pertinente esperaban nerviosos en la mesa a que empezara a hablar. Respiré, hice un par de bromas para distender el ambiente y nos concentramos en la secuencia, después de explicarles lo que quería y cómo lo quería y rezando a quien pudiera escucharme y ampararme pedí acción.

Uno tras otro fueron entrando, dando sus frases, respondiéndose mientras yo escuchaba. En una mínima pausa para pasar página Tim y yo cruzamos miradas, los dos sabíamos que en esa mesa estaban nuestros cuatro protagonistas, tener buenos actores era disfrutar del rodaje, probar y arriesgar para conseguir buenas secuencias y preciosos momentos en los que ves al actor hacer lo que le has pedido, sentir lo que le has contado y transmitir lo que soñaste ver cuando leías el guion. La otra opción, tener actores digamos no tan buenos, solo te llevaría a trabajar para salvar la situación y sufrir frase a frase para intentar que aquello no fuera un desastre.

La lectura de la secuencia acabó, la script nos dio la duración, seis minutos treinta y dos segundos, y yo sonreí: teníamos buenos actores, los chicos estaban muy bien, teníamos material para trabajar. Como no habíamos ensayado, cada secuencia sería una sorpresa y tendría sus problemas, cada jornada sería una novedad, habría que trabajar mucho, muy rápido y buscar el modo de hacer las cosas, pero yo iría cada día al rodaje sabiendo que lo que imaginé y sentí al leer cada diálogo o cada acción del guion podría ser realidad y esos cuatro actores me iban a dar si yo sabía cómo pedírselo el cielo para un director, ver lo que solo existía en tu imaginación hacerse realidad en tu monitor.