Dentro de las limitaciones reales y las pretensiones fatuas, las instalaciones culturales de La Palma tienen dos excepciones notables realizadas los últimos años: el Camarín y Museo del Real Santuario -un proyecto inmemorial materializado por el actual rector, Antonio Hernández, y un equipo serio y competente- y el Museo Benahoarita, promovido por el Cabildo y localizado en Los Llanos de Aridane. El éxito de ambos centros partió del diseño y alcance, su dimensión insular y, sobre todo, el celo técnico, científico y estético de no traicionar sus objetivos; en un caso y en nobles dependencias del complejo religioso, mostrar con piezas históricas y artísticas de primer nivel la devoción general a la Virgen de las Nieves; y en el segundo, en una obra de nueva planta, descubrir las claves de la cultura aborigen a través de una cualificada colección de restos materiales que se inició en el seno de la Sociedad Cosmológica.

El acierto de estos museos choca con el voluntarismo - seguro que bien intencionado, pero, definitivamente, aldeano- de espacios abiertos al público como el llamado Museo de Arte Contemporáneo -ubicado junto a una mansión del siglo XVI ejemplarmente conservada- y que es, hablando claro, una serie irregular de obras, sin reglas, sin ton ni son, aunque figuren algunas firmas conocidas. Peor es la alocada dualidad con un torpe y mediocre compendio de tópicos que, lejos de mostrar los valores de la Bajada de la Virgen, la reduce al mero absurdo, por la desafortunada selección y exposición de fondos y hasta el penoso documental que se proyecta.

Mas allá de estas evidencias que exigen a las instituciones rigor, seriedad e incluso patriotismo, nos congratulamos de una noticia que revela esos valores ausentes del Casón de la calle de la Luz. Domingo Acosta Felipe, propietario de una valiosa colección de cerámica y objetos decorativos y de uso cotidiano, útiles de basalto y hueso, la donó recientemente al museo aridanense. Al margen de la generosidad - la anhelada filantropía tan poco frecuente en nuestros lares- el gesto de nuestro paisano consideró que, al fin, y después de tantos años perdidos, existía una entidad capaz de contar con un espacio digno y un discurso expositivo adecuado para enseñar a propios y extraños la vida y la muerte de nuestros misteriosos antepasados.