En el verano del 2015, mi amigo Juan Luna me propuso rodar una película de muy bajo presupuesto. El director era australiano, James Pillion, era su primera película y el guion hablaba de una pareja que vivía en Los Ángeles. Americano él y japonesa ella, él era un prometedor escritor y ella una ingeniera en paro. Una oferta de trabajo para ella haría que la pareja se trasladara a Japón y allí empezaría la historia de desencuentros, discusiones y desconfianzas que haría tambalearse a la pareja. Según me contaba Juan, era la historia del naufragio de una relación.

Me leí el guion con interés y, para qué negarlo, me pareció que no cuadraba muy bien con el tipo de cine que a mí me gusta. La relación entre ellos era bonita, pero le faltaba historia, era demasiado descriptiva, demasiado lenta. En cualquier caso, tampoco entendía la propuesta de Juan ni qué pintaba yo produciendo una película entre Japón y Estados Unidos.

Juan es un enamorado de Japón y también un tipo muy pragmático. En un skype matutino para él y vespertino para mí, merced a las diez horas de diferencia entre Los Ángeles y Bucarest, me contó que siempre pensó en Japón para la historia, pero es muy caro y complicado grabar allí y me proponía rodar la película en Bucarest, cambiar a la oriental ingeniera por una ingeniera del este de Europa y adaptar la historia a Rumanía. Yo le conté mis reservas con respecto al guion pero, pocos minutos después, gracias a la labia de Juan y a lo que me gusta meterme en jaleos, me encontré siendo guionista y productor de la película.

Un mes después de esta conversación, James y Juan aterrizaron en Bucarest, reescribimos juntos el guion, dimos más entidad a la historia, incluimos nuevos personajes y dimos forma al personaje principal: Sofía. En un país como Rumanía en el que la gente emigra buscando trabajo y mejores condiciones de vida, nosotros contábamos la historia contraria, una chica que vuelve a Rumanía, a su país, a trabajar, a buscar su futuro y, con ella, su pareja, un americano. La lejanía de su hogar y la nula capacidad de él para adaptarse harán que la pareja se resquebraje.

Conseguimos un muy buen reparto, para nuestra sorpresa y sobre todo para nuestro presupuesto, gracias a que los actores accedieron a trabajar por muy poco dinero interesados en la historia. James construía el personaje del americano emigrado gracias a su propia experiencia. Él también estaba descubriendo Rumanía día a día y esas sensaciones eran un espejo para poder construir el personaje. Maria Dinulescu era la actriz que encarnaba a Sofía y había vivido fuera de Rumanía como tantos compatriotas suyos, con lo que el guion y la experiencia del personaje eran conocidos para ella. Era octubre de 2015 y el rodaje avanzaba entre dramas, discusiones y demás avatares que habíamos escrito. En Halloween acabamos el rodaje en Rumanía. Después Juan, en Los Ángeles, rodó un par de días para hacer los planos de situación y ubicar el inicio de la historia allí. Así, el rodaje se acabó como empezó: en un instante.

Rodar una película es complicado, pero es probablemente lo más fácil de todo el proceso porque a la gente le gusta rodar, puedes buscar equipos que, con ilusión y pocos medios, saquen adelante la grabación. Luego llegará la postproducción, más solitaria y técnica, pero también se puede superar con paciencia. Lo que la gente no suele saber es que la parte más complicada de todo el proceso para una película de bajo presupuesto es que se vea... sí, poder exhibirla, que llegue a los cines, que llegue a las teles, que se vea en Internet, que tenga espectadores.

En el mundo se hacen centenares de películas, pero la distribución hace que muy pocas sean las elegidas. Los americanos, con su maquinaria de "marketing" y distribución, hacen que sus películas copen una gran parte de las salas de cine, de los canales de televisión, de las ventas por Internet. Son grandes competidores a los que es muy difícil ganar. Sé que habrá gente que me hablará ahora de la calidad, pero no es un problema de calidad, es un problema de tamaño, de dinero. Hay grandes películas europeas, sudamericanas, asiáticas que solo pueden verse en circuitos limitados y marginales y películas malísimas americanas que, gracias a grandes cantidades de dinero y a un gran "marketing", acaban llenando las salas de espectadores que, con su refresco y sus palomitas, no dan crédito al bodrio que están viendo.

Todo eso teníamos en la cabeza cuando acabamos "Lejos de ti" (Departe de tine), que así se llama nuestra película. Teníamos pocas expectativas, la verdad, Juan pensaba casi en regalarla a canales de televisión americanos para que, al menos, tuviera alguna difusión. Los festivales eran otra salida, si consigues ganar alguno importante te puede abrir una puerta, pero a esos festivales se mandan centenares (o miles) de películas, por lo que las opciones eran también escasas. El caso es que la película estaba ahí, la historia, el esfuerzo de tanta gente, su ilusión, su tiempo, sus ganas, ahí estaba una película que pedía una oportunidad, así que nos liamos la manta a la cabeza, el Instituto de Cine Rumano nos ayudó con un poco de dinero para poder tener póster, un trailer, para poder hacer un poco de publicidad y llamamos a puertas de distribuidores, buscamos un hueco en el que los cines nos programasen a unas horas razonables (tener proyecciones a las once de la mañana de lunes a viernes no ayuda a tener espectadores) y, después de meses de trabajo, conseguimos el objetivo. Íbamos a estrenar, teníamos cuarenta salas, algunas muy buenas y con horarios en fin de semana, un póster muy bonito que refleja perfectamente la historia de la película y una sala en el centro de Bucarest para que, el jueves pasado, 30 de marzo, año y medio después de empezar el rodaje, pudiéramos estrenar la película. Tendríamos la opción de correr la carrera, de jugar el partido, tendríamos enfrente a todos los superhéroes de Marvel, a la bella y la bestia de Disney, a los actores ultra conocidos de Hollywood, pero también estaría nuestra película. Y nosotros no queremos ganar, queremos contar nuestra historia y que, al final de la película, con la sala todavía a oscuras, los espectadores, mientras buscan el abrigo acompañados por la música de los créditos, sientan esa experiencia que se tiene cuando has visto una película de verdad, una película que te ha emocionado, en la que te has sentido reflejado, con la que has viajado y que te ha hecho pensar. Después, la luz de la sala se encenderá y la vida seguirá, pero ese instante ya será suyo para siempre.