Los territorios de la infancia y todo un imaginario cuajado de elementos terrenales y mágicos, producto de la ilusión, recorren las páginas de la novela "Omar, el niño cangrejo", un ejercicio de profunda ternura que el escritor Víctor Álamo de la Rosa, reconocido autor de novelas y premio Benito Pérez Armas, entrega sin rubor alguno.

"Mi concepción de la literatura infantil y juvenil se orienta a que la lectura no resulte aburrida", explica el escritor, en la idea de que la historia que se cuenta resulte atractiva a niños desde los diez años y que también cautive a un público adulto, desde el propósito de que el libro pueda servir también de referencia en ámbitos educativos.

Omar se presenta como un niño diferente, condición que se aprecia a simple vista porque en lugar de un brazo luce una pinza de cangrejo, un hecho que lejos de representar una merma le permite desarrollar poderes extraordinarios, al estilo de los superhéroes. Este elemento distintivo provoca que el resto de los niños asuma esta diferencia sin problemas ni traumas y la acepte como algo normal, un discurso que pone el acento en la integración.

El personaje principal lo personifica Omar, enfrentado a su adversario, Bartolomé, que representa el rol del malo, dedicado a las artes de la brujería y autor de terribles conjuros, con el que mantiene una lucha denodada por recuperar su vida y el amor de su novia.

La novela se incardina en ese espectro universal de obras ambientadas en el mundo de la magia, inspiradas en el fenómeno que ha marcado la serie de Harry Potter.

Las aventuras se desarrollan en El Hierro, tanto en tierra como bajo el mar, recurso que permite al autor mostrar la riqueza de los excepcionales fondos submarinos de la Isla.

"Escribiendo este libro caí en la cuenta de lo saludable que había resultado mi existencia entre El Pinar y La Restinga", la rememoración de los ambientes marineros y las vivencias en las zonas de medianía, en contacto con la esencia del pueblo y el ancestral respeto hacia animales: cuervos, cabras, ovejas, cochinos...

Pero además de poner en valor la naturaleza que representan la fauna herreña, Víctor Álamo se detiene en las personas que integran el paisaje, caso de pescadores y agricultores, quienes trabajan la tierra o salen a faenar a la mar.

"Mi principal obsesión era que este libro llegara a un público infantil y se extendiera a otro tipo de lectores, porque creo que a veces se escribe para los niños de un modo excesivamente educativo y reglado, olvidando la condición de entretenimiento que debe encerrar una novela".

Dentro de una trama divertida, el escritor considera que para un lector adulto esta obra supone "rescatar esos territorios de la infancia que nos devuelven a la verdadera condición de personas", un canto a la diversidad y la ternura.