La última película del finés Aki Kaurismäki se convirtió en un acontecimiento en el 17º Festival Internacional de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, que concluye este domingo. Sus tres pases (en los multicines Monopol y teatro Pérez Galdós) rozaron el lleno. Es de celebrar que un cine tan alejado de los cauces comerciales concite tanta atención.

"El otro lado de la esperanza", que consiguió el premio a la mejor dirección en la última Berlinale, aglutina algunos de los elementos habituales del cine de Kaurismäki con pequeñas variaciones: el minimalismo, la parquedad de diálogos de sus protagonistas (cuyos silencios son más sintomáticos que cualquier perorata), el cromatismo ocasional de algunas secuencias, el humor soterrado o el interés por los más desfavorecidos.

En esta ocasión centra su mirada en un inmigrante ilegal de Siria que busca asilo político en la gélida Finlandia. Gélida no solo por el frío sino por la distancia con que lo trata el gobierno y un grupo de neonazis. Con "El otro lado de la esperanza", Kaurismäki regresa a las intrigas de restaurante de "Nubes pasajeras" y vuelve a contar como personaje principal con un extranjero en apuros como en su anterior filme, "El Havre". El dramatismo de la historia se compensa con el peculiar sentido del humor de Kaurismäki y por los interludios musicales que jalonan el metraje.

Kaurismäki vuelve a contar con Timo Salminen para la fotografía, colaboración que se remonta a 1981. Salminen es el artífice de esa imagen tan característica del cine de Kaurismäki. También vuelve a contar con Kati Outinen, su actriz fetiche, aunque aquí su papel es secundario, ya que el protagonista es Sherwan Haji, un auténtico desconocido por estos lares.

El mensaje del filme es clarividente: todos somos humanos. Filme que está dedicado a la memoria del malogrado Peter von Bagh (1943-2014), historiador de cine y cineasta. En definitiva, el cine de Aki Kaurismäki es único e inclasificable, pero necesario.