Desde que Eduardo Mendoza pisara la Universidad de Alcalá, antes de recibir el premio Cervantes, el escritor no ha parado de mostrar su humor e ironía: "Soy muy teatrero, me gusta disfrazarme" o "he traído a la familia para que me critique y a los amigos para que me hagan la ola".

Estas frases del autor barcelonés (1943) se han unido a la reivindicación del humor que ha sobrevolado todo su discurso de agradecimiento del Premio Cervantes, el galardón más importante de las letras en español, cuya entrega este año se ha adelantado, ya que habitualmente se otorga el 23 de abril.

Acompañado en la ceremonia por sus hijos Ferrán y Alejandro y por su primera esposa, Anna Soler, Eduardo Mendoza, muy elegante, vestido de chaqué y corbata gris, como su pelo, y algo nervioso, ha tomado aire y ha comenzado a leer su discurso.

"No creo equivocarme si digo que la posición que ocupo aquí, en este mismo momento, es envidiable para todo el mundo, excepto para mí", ha espetado Mendoza, uno de los premios Cervantes posiblemente más leído.

Y ya algo más tranquilo ha reivindicado la excelencia del humor en la literatura que practica en sus escritos "con reincidencia", al tiempo que ha negado que se trate de un género menor, "como a menudo se considera".

En su discurso durante la ceremonia, presidida por los Reyes en la Universidad de Alcalá de Henares, Mendoza se declaró un fiel lector de Cervantes y asiduo del "Quijote", a cuyas páginas, ha confesado, acude con mucha frecuencia, aunque ha centrado su intervención en cuatro de estas relecturas que ha hecho a lo largo de su vida.

Por su parte, el rey Felipe elogió a Mendoza como "maestro en el manejo del idioma" y "verdadero biógrafo" de Barcelona, una ciudad que ha propiciado "un extraordinario ecosistema cultural".