Apesar de tanto tiempo de convivencia, los habitantes de Santa Cruz siguen manteniendo una relación distante con el patrimonio que representan las esculturas que han modelado el paisaje urbano de la ciudad a partir de las exposiciones de 1973 y 1994.

Y es que resulta paradójico cómo, a día de hoy, persiste el desconocimiento en el común de las gentes sobre la relevancia que representaron aquellas manifestaciones.

La simbiosis entre ciudadanía y arte no parece haber cuajado en el imaginario de los chicharreros, que ya en un primer momento, salvo contadas élites culturales, apenas entendieron ni asumieron la repercusión del fenómeno cultural que se estaba viviendo en la Isla, en el escenario de una sociedad provinciana, en una coyuntura tardofranquista que se vio envuelta en un debate encendido, hasta con amenazas de bomba y manifestaciones a favor y en contra.

Tomando como eje la arteria que traza la Rambla se sucedieron en aquella década de los setenta las creaciones de artistas que sintetizaron el lenguaje de movimientos como el constructivismo, surrealismo, abstracción, lo figurativo... generando un antes y un después en el paisaje y el pulso habitual de la ciudad.

Lo cierto es que la falta de continuidad -se tardó 20 años en retomar los fundamentos de aquella primera exposición- provocaron un vacío que no supieron llenar de contenido ni las administraciones públicas ni tampoco los círculos culturales, dando lugar a un largo paréntesis y perdiendo la oportunidad de articular un tejido desde el que desarrollar políticas de gestión cultural al amparo de la muestra.

Bien al contrario, las instituciones públicas continúan desembolsando partidas presupuestarias para la protección y conservación de los elementos artísticos como única medida capaz de garantizar su pervivencia.

El Ayuntamiento de Santa Cruz ha puesto en marcha fórmulas como la adopción de esculturas a cargo de empresas privadas o la creación de una unidad específica para la vigilancia, el Servicio de Protección del Entorno Urbano (Preoteu), pero lo cierto es que las "agresiones" al patrimonio no han parado de sucederse a lo largo de los años, razón que ha obligado a establecer un programa de restauración, con intervenciones de mantenimiento continuado a cargo de empresas especializadas, con cargo a las arcas municipales.

Tanto el área de Cultura, como también la de Bienestar Comunitario y Servicios Públicos del Ayuntamiento capitalino, son las encargadas de la custodia del patrimonio cultural de la ciudad, si bien carecen de un presupuesto adecuado para tal cometido y de medios para hacer efectiva esta función con suficientes garantías.

Con una asignación de 20.000 euros en 2016, que en el ejercicio de 2017 se ha duplicado, los responsables de ambos departamentos se limitan a cubrir de la mejor manera posible el expediente que representan los actos vandálicos, ya sea en forma de pintadas y grafitis, o bien decapitaciones, como la sufrida recientemente por la escultura que representa la alegoría de la Primavera y que se ubica en el parque García Sanabria.

De fondo queda la sensación de que el valor del patrimonio cultural carece de auténtico sentido si no se asume por parte de la comunidad, si no se entiende como un elemento integrado en la propia sociedad.

Desde la participación de la ciudadanía, asumiendo la importancia que supone la preservación y el cuidado de los elementos patrimoniales se puede hacer realidad su pervivencia.

En esta línea, parece que se hace preciso desarrollar y articular programas de divulgación y conocimiento de los valores patrimoniales que atesora una ciudad como Santa Cruz, estableciendo de esta manera los fundamentos capaces de generar una conciencia que resulte capaz, por sí misma, de salvaguardar la integridad de estos elementos que definen y singularizan a la capital.

Lady Tenerife, el idilio

El idilio entre la ciudad de Santa Cruz y el arte contemporáneo surge con la escultura "Lady Tenerife", obra que Martín Chirino instaló en 1972 en la plaza Alberto Sartoris, como complemento al moderno edificio que acogía la nueva sede del Colegio de Arquitectos, según diseño de Vicente Saavedra y Díaz Llanos. Aquella intervención representó la semilla que inspiró a un grupo de arquitectos y amantes de la cultura, quienes decidieron a partir de entonces asumir el reto de convertir la ciudad en un exponente de las vanguardias artísticas, metidos de lleno en la organización de la I Exposición Internacional de Esculturas en la Calle como eje vertebrador de una nueva cultura. Con un comité de honor formado por Joan Miró, José Luis Sert, sir Roland Penrose y el crítico de arte Eduardo Westerdhal, la capital tinerfeña se convirtió en foco de atracción de los nuevos lenguajes artísticos, congregando a un conjunto de artistas nacionales e internacionales que convirtieron la ciudad en un museo al aire libre y llamaron la atención del mundo.