Josep María Pou (Mollet del Vallès, 1944) es uno de los grandes de la escena española que lleva cincuenta años como actor profesional, tanto en el mundo del teatro, como en el cine y la televisión. Este veterano intérprete participa hoy, a partir de las 20:00 horas, en el Espacio Cultural CajaCanarias de Santa Cruz de Tenerife, en el ciclo Pasionari@as, donde mantendrá un diálogo con el dramaturgo tinerfeño Juan José Afonso con el título "El autor y su obra".

El actor catalán, que se dedica a este especial oficio por "casualidad", reconoce que su objetivo era ser periodista en la radio, medio con el que ha mantenido su vínculo a través de una serie de programas de índole cultural, sobre todo de música y teatro, el último fue con RNE, en 2015, donde hacía de "Don Quijote".

"A mucha gente le sorprende que ahora, que voy a cumplir cincuenta años en el oficio como profesional de teatro, diga que nunca pensé serlo. Nunca tuve vocación de ser actor, lo soy por casualidad", reconoció este hombre de escena cuyos padres le insuflaron su afición por el arte de Talía como espectador desde muy joven.

Aquella época, cuando tuvo 16, 17 años, nunca se le pasó por la cabeza dedicarse a esta apasionante y antigua profesión. "Tenía interés por el teatro, pero nunca para dedicarme a ello. Mi auténtica vocación en aquellos momentos era el periodismo. Empecé a trabajar en Barcelona en la radio. Me gustaba mucho, me pasaba el día escuchando la radio y quería ser periodista en la radio más que en la prensa".

Esta inclinación lo animó a matricularse en la Real Escuela de Arte Dramático, porque pensó que asignaturas como dicción, vocalización o técnicas de voz le ayudarían a ser un buen profesional de la radio. "Entré con esa única intención, pero cuando pasé por otras asignaturas como interpretación los profesores y compañeros me dijeron que no se me daba nada mal ser actor y me dejé llevar por esa rutina, mientras seguía haciendo cosas en la radio pensando que me dedicaría a ello y a la televisión. Al final del curso me contrataron como actor y llegó el primer contrato de largo tiempo como actor, no como periodista. Fue el destino quien decidió por mi".

Cerca de sesenta obras de teatro, la última "Sócrates, juicio y muerte de un ciudadano", de Mario Gas, que representó el año pasado en el Guimerá, más de cuarenta película, entre ellas, "Mar adentro", "Blancanieves" o "Goya en Burdeos", amén de otras tantas serie de televisión, como "Águila roja", "Policías" o "Curro Jiménez", avalan su probada trayectoria profesional, en la que nunca aceptó ningún papel que no le convenciera por su naturaleza.

"Nunca soñé con hacer grandes personajes cuando empecé. Me daba igual, nunca tuve predilección por nada en concreto. Pero sí podría decir que a lo largo de los años de vivir el teatro por dentro hay una cosa que sí he tenido clara y, por desgracia, no se ha podido cumplir en la medida que me hubiese gustado. Descubrí hace ya unos años que no me hubiera importado nada firmar un contrato con el diablo para pasarme toda la vida interpretando obras de Shakespeare única y exclusivamente. Desde el papel más importante hasta el más pequeño. Esa es la culminación para cualquier actor, ya que en Shakespeare está expresado el mundo entero".

Este sueño incompleto como actor, aunque ya actuó en obras como "El rey Lear" y "Forest" del genio inglés, se ha visto compensado, en parte, con la libertad de elegir siempre que papeles interpretar. "Lo que me interesa por encima de todo cuando me llega una oferta es la historia, considerar que el guion que cuenta en el texto teatral, en el cine o en la televisión sea interesante y tenga la calidad suficiente para meterse en ella y si va a servir de algo. Si está bien que el público vea esa historia, la disfrute y pueda aprender algo de el, y el personaje que se me asigna me convenza, digo si a ese proyecto. Me vale cualquier personaje que comunique algo al público, que sea de carne y hueso y pueda empatizar con el público y el público pueda sentirlo suyo y creérselo".

Este especialista en teatro de autor, que nunca ha hecho un espectáculo improvisado en escena, defiende que el papel del arte al que se dedica desde hace ya medio siglo, desde que estrenó en 1968 "Marat Sade", con Marsillach, es una ventana al mundo.

"El teatro es esa ventana a la que nos asomamos cuando nos apetece vernos a nosotros mismos con una cierta distancia, como cuando se asoma uno a la ventana para ver lo que está ocurriendo en la calle. También se podría utilizar el término espejo ante el que nos enfrentamos de vez en cuando para vernos a nosotros mismos y estudiarnos a veces de manera inconsciente (...). El teatro puede ser consuelo, una medicina, un bálsamo que ayuda cuando es necesario. Es ese lugar al que se acude a veces sin saberlo a buscar respuestas a muchas preguntas que nos hacemos".

Pou se siente muy satisfecho con aquellas funciones en las que el público se lo pasa bien, reflexiona y sale con la mente, el corazón y los bolsillos llenos de cosas. Esa es su actitud cuando sale a escena, sea el montaje que sea, para compartir con el colectivo que asiste a la función sus inquietudes. Lo mismo para hacer reír, llorar o reflexionar en libertad ante una sociedad que, desde su punto de vista, "vive en un estado de ansiedad e inseguridad permanente que no es buena para la salud. Estamos asustados cuando oímos la sintonía del telediario o cuando abrimos el periódico".

Josep María

Pou

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