Vuelvo de nuevo al concepto de «ciudad europea», tan actual ahora que intentamos defenderlas de los actos terroristas (París, Manchester, Cannes, Bruselas, Berlín...) que coartan nuestra libertad. Este concepto de ciudad se emplea en diferentes disciplinas como la arquitectura y la historiografía, en la urbanística y la política. No se trata de un concepto de naturaleza descriptiva ni describe un modelo de desarrollo urbano real, sino que se trata de un modelo ideal. El ideal de Europa.

En su estudio sobre la ciudad en la historia europea el arquitecto Leonardo Benévolo escribe sobre las ciudades "como una de las causas de que Europa se manifieste como una unidad histórica". Y añade que la coexistencia, en cómo hemos ido moldeándolas, de la mano estatal y la mano privada, característica de las ciudades europeas, es un tema central en la historia de nuestro continente.

En Europa, logramos la creación de una relación equilibrada entre el derecho individual y el control público, que es algo que sólo puede funcionar allí donde los intereses de ambas partes estén representados de manera adecuada. No siempre fue fácil, ni siquiera ahora lo es. El conflicto entre lo privado y lo público, y la influencia de las diferentes épocas históricas, cincelaron el desarrollo urbano de las ciudades europeas y ahora reconocemos su presencia en la traza de las ciudades europeas. Aquí cuentan, entre múltiples ingredientes, la herencia del dominio feudal y las destrucciones de las guerras (no es la primera vez que tenemos problemas). La presencia constante de la historia en las ciudades europeas es resultado miles de actos públicos y privados -a veces justos y a veces injustos- que sucedieron a lo largo de los siglos, tanto en la estructura física de las ciudades como en la sociedad urbana. La presencia de la historia se hace evidente y visible en la vida cotidiana de los ciudadanos, cuando caminamos en sus calles, y nos condiciona, nos diferencia y nos configura como los ciudadanos que somos ahora, llenos de referencias del pasado y de sueños de futuro.

Marcuse menciona como características de la ciudad europea un centro histórico con edificaciones bajas -a excepción de las iglesias-, con plazas públicas centrales, barrios de estructura social mixta con comercios pequeños, límites geográficos claros, una gran densidad de población y de urbanización y un sistema de transporte público denso.

El caso es que el espacio público, sobre todo la plaza central, normalmente plaza del mercado, tiene una gran importancia en todas ellas, por ser el lugar democrático donde se forma la sociedad urbana en las ciudades medievales de Europa, donde confluyen los diferentes grupos y capas sociales, con sus intereses, intrigas y confluencias. Donde aprendimos a intercambiar, a colaborar y a respetar. Es precisamente este diseño del espacio público y su uso por parte de diferentes grupos sociales lo se considera una gran diferencia entre la ciudad europea y otros modelos urbanos asiáticos o americanos. Y esa apertura es lo que aprovecha el ISIS para su violencia.

Sin embargo, la ciudad europea fue por largo tiempo menos abierta y democrática de lo que muchas veces se asume. Solo cuando Europa, en los años 70, adquiere un compromiso con el patrimonio histórico, un deber de conservación con lo mejor de lo producido por la civilización urbana europea, es cuando la defensa de la ciudad se conecta con la búsqueda de libertad y el derecho a ser diferentes y convivir en esa diferencia, sin radicalismos en las conductas: la ciudad es entonces, en realidad, herencia cultural y una fuente de identidad. Defender el patrimonio histórico de la ciudad fue entonces uno de los actos más fuertes de contracultura y hoy lo sigue siendo.