Ahora que recientemente Japón le ha otorgado el galardón Praemium Imperiale y aprovechando que AV le dedica su último monográfico, vuelvo al tema recurrente de Perrault y evoco la arena de Las Teresitas, el cielo nacarado del atardecer, el viento penetrando entre las palmeras. A veces, cuando conduzco hasta allí, paro en la rotonda del parking, el famoso parking inacabado, doy vueltas pensando en todo lo que ha ocurrido. Retrocedo paso a paso el camino del recuerdo hasta que me veo en el Cabildo votando Sí al nuevo proyecto para la playa. Y sigo sin entender por qué tienen que sentir algunos los barrotes de una prisión. Entonces vuelvo a Perrault, a su trabajo, y a cómo lo humillamos y destruimos aquí, en esta isla tan aislada para algunas cosas, a como menospreciamos la obra de un gran arquitecto. Me pregunto si algún día el sacrificio de los que están en la cárcel tendrá sentido, me pregunto si toda esta incomprensión tendrá algún lugar en la historia. Pero no, si lo demuelen no quedará nada. Y ellos lo saben. Esos enemigos, cuya indiferencia y frialdad deja sin aliento, no querrán dejar piedra sobre piedra, no lo permitirán, aunque estén segando a la mitad una obra de arte.

En Perrault, en todas sus obras, hay una aproximación abierta y flexible, una aceptación de las incertidumbres, un rechazo del dogmatismo que le hacen merecedor de críticas fabulosas fuera de la isla, donde se reconoce su valía con premios como el Mies Van Der Rohe, uno de los más prestigiosos del mundo. Luis Fernández Galiano, que le dedica el último monográfico de Arquitectura Viva, la biblia de la crítica arquitectónica en español, dice de él de su obra que "es inevitable relacionar sus rotundos gestos en el territorio con ese urbanismo afirmativo que trata la naturaleza como una geografía voluntaria".

Pero nosotros aquí le rechazamos. No lo juzgamos directamente, eso sería una osadía. Pero juzgamos a quienes le contrataron (después de un concurso público de ideas) cuando es la ciudad la que tiene que ser juzgada. Escribir sobre esto es ingrato, sé que gran parte de los que lean este artículo lo encararán con los prejuicios de las sentencias previas que ya conocemos, y sé que se mirará con recelo. También sé, por mis años en cultura, que tendemos a valorar más lo antiguo que la vanguardia. No entendemos lo conceptual, claro que no, y mucho menos si no está aún terminado. Cualquiera puede complacerse ante un cuadro de Velázquez o ante una fachada barroca, pero a la arquitectura moderna le ocurre lo que a la música de Fazil Say o Gorezski: es difícil disfrutarla si no se conoce. Y lo mismo ocurre con aquel lugar de San Andrés que ya nos hemos acostumbrado a llamar Mamotreto pero que en realidad es un parking inacabado diseñado por uno de los grandes arquitectos de la actualidad.

Dominique Perrault es un arquitecto francés respetado mundialmente por su sensibilidad minimalista y porque sus proyectos combinan de manera brillante entorno, cultura y utilidad. Quizás es más conocido por su la biblioteca nacional de Francia y por la nueva corte de Luxemburgo, pero también tiene obras pequeñas en su haber, como por ejemplo un parking que nos puede servir de comparación, el parking de Emile Durkheim en París, una obra de arte con magistral uso del color y de la luz

Perrault, en todas sus obras, trabaja con el lugar, la cultura, el paisaje y los medios. Y aquí, en Tenerife, hace lo mismo, pero no vamos a dejarle terminar. No vamos a ver nunca qué es lo que es capaz de hacer con un simple parking que daría servicios a una playa tan popular como la nuestra. Creo que es un error. Un error como todos los que se suelen cometer en una guerra política en un momento de terror judicial. Un error enorme y triste, porque puede que Beethoven compusiera unas sinfonías mejor que otras, pero ninguna es un desastre. Todas son obras maestras. Puede que Da Vinci tuviera unas ideas más acertadas que otras, pero ninguna es baladí, puede que el mamotreto lo denominemos así con desprecio, pero no lo es, un diseño de Perrault siempre tiene una calidad por encima de la media, como las sinfonías de Malher, las entendamos o no.

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