Una muestra más del amor que profesó Zenobia Camprubí a su esposo Juan Ramón Jiménez fue aprender a cocinar. La escritora se volcó en cursos de cocina y se formó en dietética para preparar menús que no alterasen el maltrecho estómago del Nobel, trabajo que se recoge en "La cocina de Zenobia".

Una recopilación de 158 recetas y varios menús que María José Blanco y Pepi Gallinato, guías de la Casa Museo Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Moguer (Huelva) han rescatado de la documentación de la lingüista, repartida entre esta instalación y el Archivo de Puerto Rico, pero también cartas y testimonios de amigos que muestran que "si ella fue una mujer adelantada a su tiempo, él también fue un adelantado, ya que compartían las tareas del hogar".

"Teníamos el mito de que él estaba volcado sólo en su obra, pero friega los platos, a veces cocina para que ella descanse y hace las camas", explica Blanco, quien destaca que cuando ella trabajaba en la Universidad de Maryland, Juan Ramón le preparaba el almuerzo para llevar, al igual que elaboró una comida especial, huevos rotos con patatas fritas y carne picada, la víspera de su viaje a Boston para operarse de un tumor.

"En su diario dice que se rechupeteó los dedos, pero también le encantó el gesto. Son datos que nos muestran la humanidad de esos personajes que a veces mitificamos", apunta.

No obstante, la propia Zenobia reprende a su marido en su diario: "Es una fregona de buena voluntad, pero deja acumular lo sucio dos o tres comidas para no interrumpir su trabajo (...) Se acumula el mal olor de la cocina".

Cuando vivían en Madrid, antes de exiliarse a América, el matrimonio tenía cocinera y doncella por lo que ambos pudieron volcarse en sus trabajos intelectuales. Pero al llegar a Cuba, Zenobia decidió que era hora de aprender a manejarse en los fogones y tomó clases de cocina, tanto profesionales como de sus amigas a cambio de clases de español, esto ya en Estados Unidos.

Perfeccionista también en esta faceta, dejó constancia escrita de sus éxitos, como la elaboración de las natillas de las hermanas Lavandé que tanto gustaban a Juan Ramón y que llegaron a tomar hasta dos veces a la semana, pero también de fracasos como la ocasión en la que carbonizó un plato o arruinó una hamburguesa.

"Zenobia era una persona que se tomaba todo muy en serio y vemos que tenía un enorme interés en aprender a cocinar y a hacerlo bien", sostiene la coautora de la obra, editada por Niebla y que se pone a la venta el 4 de septiembre.

Entusiasmada con innovaciones como el frigorífico, la olla exprés o la tostadora, la cocinera aprendiza adaptó las recetas a sus gustos y los de su pareja, pero sobre todo a la salud de Juan Ramón, que sufría colitis que "duraban varias semanas", recuerda Blanco. También pidió a su familia política que le enviase recetas típicas de Moguer, para aliviar la añoranza gustativa de su marido.

A la pareja le gustaba la comida sencilla, que debía ser obligatoriamente poco especiada, y en su dieta habitual, según el testimonio de su amigo Ricardo Gullón recogido en "La cocina de Zenobia", había dátiles, jamón de york y mucha leche, además de papas asadas sin aliñar, carne asada y consomé.

En sus crisis de salud, después de haber tenido que ser alimentado por sonda, su esposa seguía las recomendaciones médicas y le daba zumo de guayaba, uno de sus favoritos, así como carne picada hervida, que él llamaba "la comida de perro".

También el presupuesto, escaso en muchas ocasiones, limitó sus opciones culinarias, por lo que muchas de las sofisticadas recetas que anotó en hojas sueltas o cuadernos, en español y en inglés, nunca llegaron a la mesa.