Fue una estupidez demoler el Pabellón de Barcelona de Mies Van der Rohe en 1930, pero algunas épocas históricas son así, sin visión y sin reflexión.

El Pabellón de Barcelona, diseñado por el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe y por la arquitecta Lilly Reich, fue el edificio que representó a Alemania en la Exposición Internacional de Barcelona de 1929. Pretendía simbolizar el carácter avanzado y democrático de la nueva República de Weimar y su recuperación tras la Primera Guerra Mundial.

Constituye, casi desde su primer día de existencia, uno de los hitos en la historia de la arquitectura moderna, pues es una obra, aparentemente sencilla y pequeña, donde se plasman con particular libertad y rotundidad las ideas del entonces incipiente movimiento moderno y está considerado como una de las cuatro piezas canónicas de la arquitectura de dicho movimiento, junto con el edificio de la Bahuaus de Gropius, la villa Saboya de Le Corbusier y la Casa de la cascada de Frank Lloyd Writhg.

Fue demolido por aquellos otros que no tenían visión (siempre los hay, a montones, en todas las épocas históricas) tras la exposición en 1930, pero renació de sus cenizas y volvió a ponerse en pie, siendo reconstruido en la década de los 80 en su ubicación original, en Montjuic, donde permanece como un símbolo.

Si hay algo que no sospecharon quienes lo demolieron es que, precisamente esa desaparición, potenció aún más su reconocimiento en el mundo de la arquitectura moderna. Pocos edificios han tenido tanta influencia y autoridad en la arquitectura. Tal fue su significación e importancia que ya en la década de los años cincuenta, con el arquitecto alemán convertido en una celebridad, otro gran arquitecto, el catalán Oriol Bohigas, padre, junto al político Pascual Maragall, de la gran revitalización posdemocrática de Barcelona, comenzó una particular batalla por su recuperación. Parece fácil contarlo, pero Bohigas luchó por esto durante 35 años. Y no fue hasta principios de la década de los ochenta cuando logró su reconstrucción desde Urbanismo del Ayuntamiento de Barcelona. La reconstrucción se culminó en 1986 y las vicisitudes de la obra dan para otra historia que contar. No existían los planos originales, perdidos por la precipitada salida de Mies de Alemania con la llegada del nazismo. Además, se quería hacer una reconstrucción lo más fiel posible a las ideas y con los materiales originales empleados por Mies. Tarea nada fácil porque, a pesar de su simplicidad, el pabellón estaba construido a base de cristal, acero y cuatro tipos distintos de piedra: travertino romano, ónice dorado del Atlas, mármol verde de los Alpes, y mármol antiguo de Grecia. El ónice fue hallado in extremis en una cantera en pleno Atlas argelino cuando ya nadie confiaba en encontrarlo.

Y así de nuevo, la obra de Mies van de Rohe, que impulsó nuevos cánones para la arquitectura bajo su famosísimo lema "less is more", proclamando una arquitectura sobria y universal, triunfó de nuevo en Barcelona.

El pabellón Mies van de Rohe es también referente del diseño de mobiliario: el arquitecto creó, especialmente para esta construcción, la popular Silla Barcelona, realizada a base de piel y perfil metálico que, con el tiempo, se ha convertido en un icono del diseño moderno. Ese escaso mobiliario formado por sillas, una cortina roja y una alfombra negra, que combinados con el color amarillento del mármol ónice de la pared, imitaban los colores de la bandera alemana fue en realidad obra de Lilly Reich, que, como mujer, es una de las grandes perdedoras de esta historia. Estuvo asociada con Mies durante más de diez años, cuidó toda la vida de su archivo histórico e incluso de la familia del arquitecto mientras él dejaba Alemania por EEUU, y fue una de las pocas mujeres profesoras de la Bauhaus. La utilización de planos de colores del Pabellón de Barcelona es característica de las exhibiciones que Reich había organizado previamente.

Hace pues cuatro décadas ya que, un edificio sobrio abrió, de nuevo, como en los perdidos años 20, la puerta a la arquitectura de vanguardia en España y no fue el motor, sino la guinda que coronó la transformación urbanística y arquitectónica de un país que consolidaba su democracia, esa que ahora comienza a desmoronarse otra vez.