En los últimos renglones de esta entrevista se desata una confesión que certifica que este mundo es un pañuelo, que no hay distancias que puedan cortar los hilos invisibles que unen a una persona con un territorio que el pasado ha anudado a su existencia. El sudáfricano Trevor Jones (1949), Premio Fimucité Antón García Abril 2017, se disculpa por no hablar español. "Lo siento, es un idioma que hablan más de 500 millones de personas y, además, tengo una razón de peso para haberlo aprendido", señala amablemente el compositor de bandas sonoras como la de "Excalibur" -durante su colaboración con John Boorman se inspiró en "Carmina Burana", de Carl Orff, y en la música de Wagner para impregnar sus partituras de elementos épicos-, "El último mohicano" o "En el nombre del padre". "A nivel profesional solo he tenido dos grandes amantes: la música y el cine", afirma en una conversación que toma impulso con la oscura silueta del Castillo de San Juan como testigo.

Hay gente que percibe que la música de cine que se escribe hoy tiene unos ingredientes comerciales que no eran tan determinantes en el pasado. ¿Las nuevas tecnologías han restado épica a esas creaciones?

Las nuevas tecnologías son un arma de doble filo... Por un lado, te permiten ser mucho más rápido a la hora de crear, pero, a su vez, restan creatividad, es decir, que los tiempos de reflexión se acortan o directamente no existen.

¿Cabe la posibilidad de que estas hubieran mejorado, si es posible superar unas piezas tan admiradas, sus composiciones?

Las herramientas tecnológicas no pueden mejorar aspectos de la creatividad que están ligados a los sentimientos por el simple hecho de que carecen de sensibilidad... Esos adelantos pueden llegar a colocar unos puntos negros en una partitura, pero nunca podrán experimentar las mismas sensaciones que envuelven a un compositor a la hora de crear música.

¿Todos esos adelantos de los que habla han servido para abaratar el proceso creativo?

Es importante recordar que yo trabajo en la industria del cine, que no es lo mismo que el arte del cine... Dentro de este sector, desafortunadamente, muchas veces también se recurre al que lo puede hacer por menos dinero, no al que realmente puede hacer un buen trabajo. Las decisiones, como casi todo en esta vida, se toman en base a unos condicionantes económicos.

¿Qué sensaciones le produce el hecho de que su música llegue a tantas personas?

Para mí es un "shock"... Muchas de esas composiciones ya tienen más de 30 años y este es un universo cambiante en el que las cosas normalmente no tienen una existencia tan larga. Cuando alguien se acerca y me dice que quiere oír de nuevo la música de "Excalibur", suelo responder que yo también, porque hace tanto tiempo que la escribí que ya no me acuerdo de ella (sonríe). Siempre he tratado de alcanzar la perfección y no puede haber nada más reconfortante que alguien como Eímear Noone -la compositora y directora de orquesta irlandesa que lideró el concierto del pasado viernes en Fimucité- te diga que cuando dirigía "Excalibur", simplemente, la música fluía.

¿Cómo explica que muchas de sus creaciones tuvieran más éxito una vez superaron los márgenes temporales para los que inicialmente fueron concebidas?

Nunca he escrito música para cine pensando en los ingresos en taquilla que podía tener un a película. Mi labor consiste en poner lo mejor que tengo al servicio de un director. Mendelssohn, por citar un ejemplo, le dio mucho valor a la música que había hecho con anteriodad Bach para colocarla en un lugar que no había estado antes. El tiempo acaba siendo un juez inapelable, pero yo lógicamente no soy Mendelssohn; tampoco Bach.

¿Cuáles son las claves de su obra?

Soy un narrador de historias que en lugar de palabras usa la música. A nivel profesional solo he tenido dos grandes amantes: la música y el cine. El 50% del éxito de una música reside en las cabezas de las personas que la tienen que recibir.

Usted es un compositor de los denominados de la "vieja escuela", de esos que transmiten un espíritu artesanal, ¿está conforme con el ciclo que le ha tocado vivir, o siente que hoy, por ejemplo, su carrera sería distinta?

La verdad es que me siento muy afortunado... Mi hijo mayor es cinematógrafo y ha tenido la oportunidad de trabajar en tres películas de "Harry Potter" y en otras producciones como "Casino Royale". Él es muy bueno y, sinceramente, estoy orgulloso de lo que ha conseguido, pero los tiempos cambian. Los dos tuvimos que afrontar distintas revoluciones tecnológicas para llegar a este punto, pero el talento humano es algo que no está al alcance de ningún software.

Una curiosidad, ¿hay algo de esta visita a Fimucité que le haya hecho sentir más cerca de casa?

Sí que lo hay... Mi abuelo era de Lanzarote. Esa es la razón por la que siendo sudafricano el color de mi piel es bastante más claro (ríe). Él se marchó a luchar en México, salió ileso y quiso volver a Canarias, pero antes conoció a la que fue mi abuela en Sumatra. Siguieron una ruta por Indonesia, Java y desembarcaron en Ciudad del Cabo. Digamos que se entretuvieron un poco y cuando volvieron el barco ya se había ido. No había otro hasta tres semanas más tarde y decidieron que aquel era un buen lugar para instalarse. Ese es otro de los motivos por los que yo tendría que haber aprendido a hablar español. Mi abuelo era canario. Esta tierra es espectacular. Todas las Islas ofrecen unos paisajes diferentes: está la fuerza de los espacios volcánicos, las zonas verdes, la monumentalidad de sus montañas... Es un lugar en el que no me siento un extraño. Hay una fuerza invisible que me atrae; es como si hubiera algo que me ha atrapado antes de que me diera cuenta.