Una ciudad sin árboles nunca será una gran ciudad. Una ciudad que se precie de ser ejemplar tiene hoy en día que apostar por varios objetivos clave: por ser vibrante (cultura), por ser más compacta (menos dispersión y edificios más altos), por ser más accesible y por tener una identidad propia (arquitectura de calidad y especialmente diseñada pensando en la ciudad), es decir, crear un sentido único de lugar, pero sobre todo por ser verde (cuantos más árboles mejor vida tendremos).

Sin embargo, recientemente se escuchan por la ciudad de Santa Cruz y por otras ciudades del mundo ciertas quejas contra los árboles y vemos cómo, lentamente, el número de árboles está disminuyendo. Los grandes árboles maduros que consiguen llegar al final de su vida a menudo son reemplazados por especies más pequeñas, si es que lo hacen. Otros sencillamente se eliminan sin piedad y en algunos casos a otros se les aprieta tanto con pavimentos que les llegan hasta el tronco que no los dejan respirar y acaban por morir.

Cada vez que aumentamos el número de árboles en una ciudad reducimos el ozono. Los árboles eliminan el carbono del aire, lo absorben y almacenan como celulosa en sus troncos, ramas y hojas. La plantación de árboles sigue siendo una de las formas más rentables de extraer dióxido de carbono de la atmósfera. Un árbol maduro puede absorber CO2 a gran velocidad y es capaz de liberar suficiente oxígeno de regreso a la atmósfera para sostener a 2 humanos. En las calles bordeadas por árboles se reducen en más de un 50% las partículas que sueltan los tubos de escape de los coches.

Los sorprendentes árboles tienen también un impacto positivo en el cáncer de piel, el asma, la hipertensión y otras enfermedades relacionadas con el estrés al filtrar el aire contaminado, reducir la formación de smog, proporcionar sombra a la radiación solar y proporcionar un ambiente atractivo y relajante. El movimiento de los árboles, los susurros que generan en su contacto con el aire rebajan el nivel de estrés. El dióxido de azufre, los óxidos de nitrógeno y las partículas, el monóxido de carbono, el cadmio, el níquel y el plomo son todos contaminantes que los árboles trabajan constantemente para eliminar del aire. Son nuestros principales aliados contra el cambio climático. Los árboles también forman una barrera efectiva de absorción de sonido para ayudar a reducir la contaminación acústica urbana no deseada.

Pocas cosas pueden compararse con el impacto estético y el interés estacional que los árboles ofrecen al entorno urbano. Proporcionan gran atractivo visual a cualquier área y pueden mejorar significativamente el diseño de un paisaje urbano. "Los árboles son santuarios", escribió el poeta y filósofo alemán Herman Hesse. Los árboles evocan todos los sentidos: olores frescos, el sonido de las hojas, la textura de su corteza, el cantar de los pájaros, los recuerdos de la niñez.

Los árboles reducen las temperaturas a la sombra y transpiran el agua. Algunos estudios demuestran que un árbol maduro puede producir el mismo efecto de enfriamiento que los aires acondicionados de 10 habitaciones juntas. Esto se convierte en una herramienta efectiva para reducir los puntos calientes en las ciudades y para mejorar la vida de todos porque moderan el clima local.

Hay mil razones más, los árboles marcan las estaciones del año, llenan de color las ciudades, generan oportunidades económicas, protegen a los niños de los rayos ultravioleta, ayudan a prevenir la erosión, aumentan el valor de una propiedad, etc. Por favor, dejemos que se nos instale firmemente una idea en la cabeza: los árboles apuntalan, con su escultural entereza, la casi totalidad de los ciclos y de los procesos esenciales para que la vida tenga una oportunidad en el mundo. Plantemos más árboles en cada ciudad.