El "Fausto" que anoche se estrenó en el Auditorio de Tenerife es una ópera de envergadura, una aventura de gran calado que en su primer pase no encontró el calor de un público que cubrió menos de la mitad de la Sala Sinfónica. Eso sí, los que tuvieron la oportunidad de vivir en directo una cita de calificativos históricos disfrutaron con un espectáculo apasionante, efervescente, intenso... El maestro napolitano Francesco Ivan Ciampa había recomendado horas antes que las preocupaciones -también metió en el mismo saco estérilmente a los móviles- se quedaran en casa para degustar uno de esos títulos que resultan apabullantes por la dimensión de la historia narrada en cinco actos. El italiano exprimió al máximo los recursos que tenía a su alcance para dar volumen a un proyecto con mucha más luz que la existente en la primera escena: la fotografía de un Fausto achacoso preso de su conocimiento.

La puesta de largo del tenor lagunero Airam Hernández (Dr. Fausto) no estaba exenta de dificultades, pero cuando a tu lado aparece un bajo como Kenneth Kellogg (Mefistófeles) no queda otra que superar todos los límites. El tinerfeño tiene una voz prodigiosa y está llamado a hacer grandes cosas en la agenda operística.

Mefistófeles abarca muchísimo escenario, pero el canario tampoco se queda corto. El dúo Hernández & Kellogg trazó un arranque arrebatador que enseguida encontró la complicidad de los miembros de un coro "prêt-à-porter". Envueltos en una escenografía de alta costura, los asistentes aguardaron con expectación el primer cara a cara entre Fausto y Margarita (Raquel Lojendio). Fue corto, pero intenso. La soprano santacrucera tiene la misma fiabilidad que una maquinaria suiza y únicamente tuvo que agotar un puñado de minutos para anunciar la llegada de momentos inolvidables. Blindada por voces inspiratorias como las de Lamia Beuque (Siébel) y Olesya Berman (Marta), Margarita y Fausto fundieron sus roles ante la siempre atenta e inquietante mirada del diablo. La conexión entre los tres fue sublime y eso se percibió en cada uno de los elementos que ensamblaron una ópera que vivió su clímax antes del intermedio.

Los dos siguientes actos no perdieron calidad. Tampoco la fuerza que se le exige a una trama llena de ángulos muertos que crearon agradables sorpresas a la audiencia. Y es que la atmósfera desoladora que se percibió en el patio de butacas en cuanto comenzó a sonar la música no logró derrotar a un "Fausto" que sobrevivió al desánimo.