Imaginen llegar a un espacio que desprende magia, donde los sentimientos de quienes lo habitan se regalan a cada paso; con cada gesto, con cada pieza, con la música e incluso con el aroma.

Atravesar el arco de una puerta que durante todo el año recibe, sin más, y que entrado el mes de diciembre se engalana, se viste de fiesta, de brillos y colores para que aquellos que la cruzan se contagien de alegría, felicidad y amor.

En un momento determinado queremos que ese atrezo vaya acorde con las tendencias. Puede ser que nos apetezca que cuente nuestra historia. Tal vez que conserve la tradición de la familia. Incluso, puede ser que estemos creando una nueva ilusión. Sean cuales sean las circunstancias, cada adorno, cada vela o cada acorde nos desnudarán ante cualquier persona que atraviese ese vano.

En la puerta, una corona de adviento. Las más tradicionales, con ramitas de pino o abeto y como complemento muérdago, piñas y un generoso lazo. Seguramente, los colores del interior se muevan entre el rojo, verde y dorado.

En una esquina, un abeto, tal vez no demasiado frondoso si se trata de uno natural -cada vez más en desuso-. Las luces que lo riegan de tono amarillento dan calidez y hacen el ambiente acogedor. Las bolas de cristal esconden en su interior pequeños secretos; ramitas que parecen nevadas, piñas de tamaños diminutos, también algunas figuras que con un solo toque dejan caer la nieve.

Cuelgan casitas pequeñas de madera y parece que tras la ventana alguien observa la alegría que envuelve el espacio. Figuras de fibras naturales, simplemente teñidas, para dejar a la vista, la veta simula a los ángeles. Personajes que llegaron hasta nuestra Isla y se han quedado, con su inmensa barba blanca y una sonrisa cariñosa.

Los cascabeles, sueltos o en cascada, y las estrellas, a veces coronando la cima y otras colándose entre las ramas; piñas escarchadas, que una tarde cualquiera los más pequeños pintaron con sus manos. Las cintas de tartán rodean el árbol.

Los clásicos cuadros escoceses nos hacen imaginar que, a medida que avancemos por las estancias, el estampado se repetirá.

En la mesa, un mantel de arpillera que llega hasta el suelo y sobre él, dos opciones; un camino de mesa de tartán o bien unos bajoplatos que se dibujan así. Sobre cualquiera de los dos, vajillas lisas, tal vez solo con unas hojitas de muérdago dibujadas en el fondo, o como mucho, más un vivo en oro que perfile los platos.

La cubertería de las ocasiones especiales define los puestos de los comensales. La cristalería, sobria.

Algún Papá Noel en una esquina, y una bota sobre la chimenea o en algún estante que pueda simularla.

Un aparador se ha despejado para que se coloque el papel kraft, los troncos y cortezas, algo de porexpan que simule la nieve, donde acoger un pequeño portal con San José, la Virgen y El Niño; a la espalda, la mula y el buey. Tal vez por algún lugar un pastorcillo, una pequeña granja? hasta que al fondo se divisan los tres Reyes Magos.

El nacimiento, más grande o más pequeño, con más figuras o con menos, de un material u otro, se mantiene sea cual sea la apuesta a la hora de decorar el resto del hogar.

En otra casa, tal vez no muy lejana, no hay corona en la puerta, pero cerca del felpudo lucen dos fanales de hierro forjado que concentran muchas bolas: unas, brillantes y otras, mates; unas, suaves, y otras, rugosas; unas, lisas, y otras estampadas, y una gigante lazada con topos blancos sobre fondo negro.

Lo que casi no se puedo imaginar parece que se impone. El blanco y negro dibuja las fiestas. La mesa con faldón rico que llega hasta el suelo. El camino de mesa de rayas anchas en los colores opuestos; las servilletas del mismo tejido se recogen con un lazo de raso. La vajilla, blanca. Los cubiertos, negros. La cristalería, incolora, pero labrada. En el centro, candelabros; unos, altos y otros bajos; unos, de plata y otros, de metal, incluso de porcelana. Las velas, mejor blancas, por las supersticiones.

El pino es de color negro y parece que brilla. Se fabrica con una resina que resalta su riqueza. No importa que resulte evidente que no se cultivó en ningún bosque, pues hará de la habitación un espacio acorde con el momento.

A los pies, decenas de paquetes envueltos con todo tipo de papeles, blancos y negros, cerrados con todas las cintas y lazos posibles. Las luces blancas se esconden entre las ramas, pero no parpadean. Figuras con dibujos geométricos: rombos, círculos o ajedrezados que dibujan cada uno de los adornos colgantes. Otros mantienen su tono monocolor, solo cambian las texturas. Las letras de madera blancas, donde durante el año figuran los nombres de los habitantes colocadas en puertas, mesas? hoy se riegan por todo el árbol. La estrella que lo corona es blanca; no lleva cola y está perfectamente definida.

La invasión de decoraciones absolutamente claras del año pasado se ha repetido en este 2017 en muchos hogares, incluso llegó hasta en la Casa Blanca. Una sofisticada Melania Trump, vestida por Dior, presentaba los 53 pinos, los 3400 metros de cinta y los 5600 metros de luces con la interpretación del Cascanueces de Vivid Ballet Company. Los árboles de efecto nevado tenían todo tipo de adornos del color más puro, logrando que un bosque encantado fuera el escenario de las fiestas.

En otras casas, las luces amarillentas se mezclan con cintas, tal vez de arpillera. Los textiles en la mesa sin color, ni tan siquiera en un vivo. Las cristalerías, muy trabajadas, y las vajillas a tono.

Para el centro todo tipo de formas y todo clase de texturas. Bolas con plumas, velas a rayas, fanales sofisticados y centros que solo aportan el verde en las hojas.

Las flores de Pascua. también en blanco. Quien se atrevió la Navidad pasada con objetos iridiscentes ya adelantaba que se acercaban los colores vivos. En la mesa desembocó en cristalerías coloristas y vajillas dibujadas. Los centros con todo tipo de objetos colocados a lo largo, acompañando casi comensal a comensal. En el árbol, los adornos: fucsias, turquesas y violetas, sobre todo, se llevaron a las figuras, bolas y ristras de cristales.

Elementos y objetos que hoy colocamos y que en enero recogeremos, envolveremos y conservaremos para que el próximo año vuelvan a contar una nueva historia.