Destila una juventud que no está reñida con la buena reputación que se ha ganado a nivel internacional. El italiano Michele Mariotti (Pésaro, 1979), una de las batutas que están llamadas a marcar una época, aterriza por primera vez en el Auditorio de Tenerife con uno de esos encargos laboriosos: "El Réquiem de Verdi es un llanto interior que se queda en el alma", asegura sobre otra cita histórica que tendrá lugar este sábado, a las 19:30 horas, en la Sala de Cámara.

¿Cómo valora su primera experiencia al frente de la OST?

Es una orquesta joven, pero con ganas de trabajar. Cuando yo me paro surge el silencio y eso es una señal del respeto que existe entre las dos partes...

¿Qué supone para un director ese silencio?

El silencio también es sonido y forma parte de la música, sobre todo, cuando aparecen esos pianos que acaban en silencio... Ese periodo de espera que abren los espectadores hasta que vuelve a sonar la música es una manera de juzgar cómo están percibiendo lo que hacemos.

Quizás, este sea el Verdi menos conocido por el gran público; un compositor que dio forma a este réquiem entre "Aída" y "Otello".

Para mí el "Réquiem" no es una misa, sino una ópera. En Italia sí que es una obra muy conocida -en Tenerife se interpretó en 1996 bajo la dirección de Víctor Pablo Pérez y en el 2008 con Riccardo Mutti-, pero el hecho de que aquí no se haya programado tantas veces es un estímulo. Es una obra muy costosa de montar, tanto en su faceta económica como por el esfuerzo humano que supone sacarla adelante, que siempre se convierte en un reto muy hermoso...

¿La monumentalidad está implícita en toda la obra de este compositor, pero cuáles son los cambios más relevantes que existen entre el título que se va a programar el sábado en el Auditorio y otros que forman parte de la agenda operística más habitual?

Lo primordial es eliminar cualquier síntoma de violencia, que el público no perciba un sonido con ángulos muertos o esquinas sino redondo... Esta no es una obra que desprenda rabia, sino miedo y sufrimiento.

Un título de esta dimensión es fruto de un estado de ánimo, cómo mínimo, atormentado... ¿Un director experimentado como usted qué valoración puede hacer respecto a los cambios emocionales que se perciben en instantes puntuales de su trayectoria?

Guiseppe Verdi escribía suave, suave, suave... El sufrimiento es interno y no se grita; su réquiem es un llanto interior que se queda en el alma. Si analizamos la parte que cantan los solistas se aprecia perfectamente como la música se abre y se cierra; ese alternancia también se aprecia en la orquestación. Es una música que crece, pero que no se desarrolla porque vuelve a una posición de suavidad que es muy natural. Hay algo especial que diferencia a esta composición de otras de características similares: la fuerza de este réquiem está en las pausas y en el silencio.

El réquiem está estructurado en siete movimientos con un elevado grado de dificultad, ¿pero dónde hay que poner el acento para medir su auténtica complejidad?

Siempre hay que procurar dejar una impronta, inyectar a lo que haces un sello propio que no altere lo que está escrito... En ese sentido sí que existe un margen de maniobra para que el bajo (Evgenij Stavinsky) imponga su carácter. Algo muy parecido ocurre con la soprano (Carmela Remigio).

Partiendo de la idea de que para usted esta es una ópera más de Verdi, ¿cómo deben afrontar los espectadores una audición que no deja de tener unas raíces sacras?

Los que no conocen bien este réquiem pueden pensar que solo es el "Dies Irae", pero hay mucho más... El público que acuda al Auditorio de Tenerife -el aforo de la Sala Sinfónica se agotó desde hace días- tiene que estar preparado para descubrir otras cosas. El pianissimo final no tiene nada que ver con otras fases del concierto que son mucho más "bruscos". Mi consejo es que vengan a experimentar la sensación de escuchar una ópera de Verdi diferente. Insisto, en este caso no se aprecia la violencia de otras composiciones más conocidas, sí una tristeza interior que no termina de estallar.

El coro, que es una marca definitiva en Verdi, tiene un rol decisivo en esta audición.

Es el quinto solista (ríe)... Es una pieza capaz de imprimir dulzura y carácter -la nómina de solistas está formada por la soprano Carmela Remigio, la mezzosoprano Enkelejda Shkoza, el tenor Antonio Poli y el bajo Evgenij Stavinsky. Su articulación durante el concierto -Rubén Sánchez Vieco es el asistente musical de una aventura en la que participarán los integrantes del Coro de Ópera de Tenerife y el Coro de Ópera de Granada- es determinante para encender instantes llenos de dinamismo.

Hay que tener mano izquierda para controlar las personalidades que se concentran en los músicos de la orquesta, los solistas y los componentes de los coros, ¿no?

Eso siempre es lo más complicado, pero la ópera funciona así. La única diferencia es que aquí no existe una escenografía, sino que los músicos, los solistas y el coro están desnudos delante del público.

¿Se atrevería a hacer un balance de cómo está siendo su estreno en la Isla?

El lugar es maravilloso, el espacio increíble, la orquesta tiene calidad y el encargo es ambicioso. Un proyecto de estas dimensiones se complica por la cantidad de piezas que hay que mover. Encontrar voces que se adapten a este estilo no es fácil: exijo una alta concentración.