Ni la cutre melodía de un politono que sonó débilmente cuando el coro imploraba la salvación, ni unos aplausos de fogueo que estallaron con timidez 20 minutos antes de que Michele Mariotti llegara a la última página de su cuaderno de partituras alteraron la magia que se vivió anoche en la Sala Sinfónica del Auditorio de Tenerife.

Con el discurso más que superado sobre el hecho de si esta obra de Giuseppe Verdi es una misa o una ópera, el réquiem que regresó ayer a la capital tinerfeña acercó el Auditorio al cielo. El universo del compositor romántico natural de Le Roncole es complejo y laberíntico. Su monumentalidad se convierte en una constante en toda su obra, y aunque esta pieza nació entre títulos que tienen un recorrido mayor en el circuito operístico como "Aida" y "Otello", el "Réquiem" de Verdi tiene todo los ingredientes de un título magno. Mariotti recomendó en la previa que el público, que anoche llenó el recinto que gestiona el Cabildo, disfrutara de los silencios de una obra que maduró con timidez: las primeras notas crecieron imperceptiblemente antes de que los componentes del Coro de Ópera de Tenerife y el Coro de Ópera de Granada imprimieran velocidad a un concierto que pareció durar menos de los 95 minutos anunciados en su ficha técnica.

Michele Mariotti articuló con solvencia los recursos que tuvo a su disposición: la Orquesta Sinfónica de Tenerife, los coros dirigidos por Carmen Cruz y Pablo Guerrero y los solistas. La soprano Carmela Remigio, la mezzosoprano Enkelejda Shkoza, el tenor Antonio Poli y el bajo Evgeny Stavinsky acapararon la atención de la audiencia en diferentes momentos del réquiem, pero la sensación de globalidad dominó a las excelentes individualidades que demostraron unas voces que saldaron con éxito una cita compleja. La concentración fue máxima y no se quebró ni siquiera cuando una integrante de la OST tuvo que abandonar el escenario de forma inesperada.

El llanto interior del que habló el maestro nacido en Pésaro en una entrevista concedida esta semana a EL DÍA nunca salió al exterior. Ese drama vivió diferentes estadios, pero nunca provocó una gran explosión. Mariotti controló con una solvencia impropia de su edad una actuación brillante. La majestuosidad con la que ejecutó el programa la premió el público. Él fue uno de los protagonistas de la ovación final de 10 minutos con el que se valoró una cita histórica. El Verdi más dramático -en las antípodas de "Rigoletto", "La Traviata" o "Il Trovatore"- embellece el dolor con una ópera pensada en clave de misa y acabó siendo un mosaico musical de proporciones gigantescas.