"Sin Amor", el último trabajo del cineasta ruso Zvyagintsev, es un filme brillante y cruel. La de Sin Amor es la historia de un matrimonio destrozado por el odio y de su hijo de doce años. Él, Alyosha, es la víctima, el daño colateral de la guerra que desde hace años libran sin cuartel sus padres que proyectan en él, con su desprecio o la indiferencia, todas sus frustraciones, errores, resentimientos y desilusiones. Su hijo es la prueba de su fracaso como pareja y no tiene sitio en sus nuevas vidas.

Harto de violencia verbal, de ser un lastre y de llorar en silencio mientras sus egoístas progenitores -encarnados por Aleksey Rozin y una soberbia Maryana Spivak- intentan pasarse la patata caliente, Alyosha toma una de las pocas salidas que están a su alcance: huir. Salir, literalmente, corriendo. Pero a diferencia de otros filmes sobre niños desaparecidos, donde las pesquisas para resolver el caso son foco casi único de atención, la búsqueda de Alyosha es aquí solo vehículo y penitencia.
Un descorazonador y siempre gris escenario en el que Zvyagintsev se mueve con gélida elegancia y brutal destreza para seguir ahondando, sin concesiones, en las miserias de la putrefacta pareja y, por extensión, de la clase media rusa y de todo un país al que de nuevo mira sin ningún cariño, tras los cristales o directamente a los ojos, y ante el que el término desafección también se le ha quedado corto.