La presencia de dos emergentes talentos, el violinista Dalibor Karvay y el pianista Iván Martín, en calidad de solistas, además del reclamo que la sola pronunciación de la palabra Viena siempre representa en los ámbitos musicales, en este caso la Orquesta de Cámara de la capital austriaca, convocó anoche a un buen número de publico en el Auditorio de Tenerife.

La "Pequeña suite para orquesta de cuerda", obra del danés Carl Nielsen, fue la pieza escogida para abrir el cuarto concierto programado por el Festival Internacional de Música de Canarias (FIMC).

Con un arranque algo frío (quizá cosa de la meteorología), se fueron sucediendo las tres partes: un preludio, andante con moto, que se iba desenvolviendo a la manera del adagio de cuerdas; el segundo tiempo, un intermezzo en alegro moderato, con unos preciosos compases de vals, y un final, andante con moto allegro, que surgía solemne con la elegía del primer movimiento para luego liberarse en animada sonata.

La aparición del grancanario Iván Martín llegaba acompañada de cierta expectación. El pianista, observado por el auditorio, asumió la parte solista y la dirección del "Concierto para piano nº 1 en re menor", de Bach.

Iván Martín fue pulcro, marcó vigor y fuerza desde el primer compás, desplegó técnica en los interludios, pero acaso debió usar el pedal de viento para abrir los armónicos y alcanzar mayor calidez: más alma.

Lo cierto es que como propina brindó el segundo movimiento, largo, del "Concierto para piano y orquesta nº 5 en Fa menor" de Bach (¡qué delicada ejecución la suya!) y se ganó a la gente.

De la "Sonata nº 1 para violín en Sol menor", también de Bach, se escuchó el primer movimiento, el adagio, que en manos de Dalibor Karvay sonó amplio y relajado (lástima que no continuara con la fuga y, sobre todo, el Siciliano), compases que el violinista encabalgó sobre la última nota con la sorpresa de la noche, el "Concierto para violín "Distant Light", de Péteris Vasks.

La habilidad del solista se puso de manifiesto en los registros superiores , las cadencias y en esa dificultad interpretativa creciente que tan pronto lo llevaba a cruzar cuerdas como al silencio.

Mientras los colores de la orquesta brillaban de fondo, como la cerrada ovación final.