Con unas hechuras casi decimonónicas, tal es el cuidado y el buen gusto de la publicación, el lomo del libro reposa entre las manos con cierta gracilidad, casi leve, anunciado por ese ángel caído, obra de Marie-Christine del Castillo, que se desvanece desde un ángulo de la hermosa cubierta.

El prefacio, en la voz de Pere Gimferre, se abre con un cierto tono de advertencia: "Las cartas que aquí van a leerse no pretenden pasar axiomáticamente ante todos por cartas reales, pero sí por cartas poéticamente verosímiles"; a paso de página, una dedicatoria cargada de profunda paternidad, "a mi hijo Sergio", y, a renglón seguido, una cita de "Madame Bovary", de Flaubert, preparan la entrada a un conjunto de 22 cartas que el propio autor califica como "poemas en prosa", salvando las distancias con "El urinario" de Duchamp, que cambió la historia del arte. "Y esto, que es una cosa muy rara, lo incluyo en una colección de poesía", dice.

Las misivas están construidas con una factura ciertamente ortodoxa. Todas ellas contienen las identidades del emisor y el remitente; lugar y fecha de composición y una salutación final, a manera de despedida. "Todos los datos son reales; lo único imaginario es el texto, concebido por quien lo escribe", subraya Bernardo Chevilly.

Y descubre su pasión, como "pianista aficionado y melómano de condición", según se intitula, por compositores y músicos, en menor medida escritores, trayendo hasta el papel una nómima de relevantes genios a los que humaniza, como los de Robert Schumann, Vicente Aleixandre, Manuel de Falla, Maurice Ravel, Alfred Brendel, Édith Piaf, Juan Ramón Jiménez, Beethoven, Bach, Chopin, Federico Mompou, Antonio Vivaldi, Alfredo Kraus, Pau Casals o Stefan Zweig, y permitiéndose, además, en su calidad de creador, la licencia de colar nombres reconocibles del imaginario cercano.

Entretanto, Bernardo Chevilly va regalando, como acordes sueltos, destellos de su descarnada ironía, ese brillante cinismo que lo caracteriza y un particular sentido del humor.

"He intentado que esas cartas fueran como unas buenas traducciones de otras lenguas", explica el autor, de manera que el lector pueda asumir que aquello "pudo haberse escrito finalmente en castellano".

En todas y cada una de ellas destaca la particular osadía de quien asume el papel de un auténtico voyeur. "Ciertamente es así; me cuelo en los momentos más íntimos de los personajes y les arranco parte de sus secretos más inconfesables".

Ginés Liébana contribuye a adornar la continuada lectura con una selección de dibujos que salpican, a manera de regalos, los pasajes de estas singulares historias, un acercamiento a una manera de contar que Bernardo Chevilly, nada dado a las poéticas, considera "algo natural, nada forzado".

Y así, desde la intimidad de su gabinete ilustrado, ese espacio casi sacrosanto donde descansan el ordenador, el piano, un órgano digital con registros de órgano histórico y, de un tiempo a esta parte, un piano francés artesanal, un Pleyel, que se ha traído desde un pequeño taller artesanal de Toulouse, Bernardo Chevilly sonríe. Enarca una ceja y le brillan los ojos.

Autor:

Bernardo Chevilly.

Título:

"Cartas Imaginarias"

Editorial:

Renacimiento.

Dibujos:

Ginés Liébana

Bernardo Chevilly

escritor, pianista aficionado y melómano