Ver una sala llena siempre genera alegría; los espectadores son la razón de las películas. Si, además, esa sala está en Los Ángeles, una ciudad con una oferta cultural abrumadora, la alegría se multiplica; no es fácil llenar una sala de cine en ningún lugar del mundo y en Los Ángeles menos. En los estrenos sueles estar arropado por amigos, conocidos, miembros del equipo y por tu madre y, claro, puedes suponer que su opinión sobre la película va a ser misericordiosa y no te van a contar (al menos no de manera hiriente) lo que no les gusta. Cuando estrenas en un festival compitiendo con otras películas y alejado de tu zona de confort, se acaba la misericordia y los espectadores acuden a ver la película con un espíritu crítico; además, siempre está la comparativa con otras películas, por lo que las reacciones son totalmente sinceras y te valen para ubicarte. Pero, claro, puede ser que no les guste y, entonces, aunque agradeces la sinceridad, el golpe puede ser morrocotudo.

Estrenar es un ejercicio de "striptease"; todo lo que has pensado, escrito y rodado está ahí. El modo en que has decidido contar una u otra trama, el enfoque, el grado de dramatismo o de comedia, todo aparece en una enorme pantalla para que un montón de desconocidos juzguen tu trabajo. De repente, ese movimiento de cámara que tanto te gustó te parece lento y aburrido, esa toma tan emotiva que te encantó en el rodaje, que pusiste en montaje y que pediste al músico que potenciara en la mezcla final te parece excesiva. Sabes que son los nervios, el miedo escénico, que dirían los futboleros, y el exhibir sin pudor lo que has hecho, así que procuras respirar más a menudo, relajarte y ver una vez más la película tratando que tu acelerado corazón no moleste a tus vecinos con sus frenéticos latidos.

También, aunque parezca mentira, influyen los públicos, los cines, la hora en que se proyecta, las nacionalidades. En un pase, un público se ríe en un momento cómico y, días después, en otro cine a otra hora mas tardía y con un público más joven, esa broma pasa desapercibida; pero un momento del que nunca esperaste reacción ese día provoca rumores entre el público. La película ya no es tuya, es del espectador y el coloquio se da entre ellos; tú ya solo puedes observar desde la distancia, igual que los padres asisten nerviosos a la presentación del novio de su hija, saludan, sonríen y poco más, la decisión ya no es suya. Y así el espectador decide lo que le gusta, se ríe donde quiere y, a veces (doloroso), decide que fue suficiente y a mitad de la proyección abandona la sala. Si vuelve a los pocos minutos, respiras aliviado: "Tendría que ir al baño" -piensas-, no era que la película le aburriese; pero, cada vez que alguien se levanta, te angustias.

Con todo esto en mi cabeza asistía al estreno de "Hawaii" en el Writers Guild Theater de Los Ángeles en la ceremonia de apertura del Festival de Cine de Europa del Sur y del Este. La sala estaba llena y eso ya me hacía sonreír. Además, la gente, arreglada y vestida de manera formal para la gala de apertura, se reía, murmuraba donde debía y reaccionaba a los problemas del protagonista. La pantalla era enorme, el sonido impecable y la proyección perfecta, haciendo justicia a la ciudad en la que estábamos. Así llegamos al momento en que giraba la película, el punto de inflexión donde el protagonista conocía cuál era su destino y, allí, en Los Ángeles, en una sala repleta de gente que no me conocía, en una ciudad donde en ese mismo momento estaban estrenando "Los vengadores" y se celebraban otros tres festivales de cine, en esa ciudad donde la gente sabe de cine como en Jabugo saben de jamón o en El Médano de kite surf; allí, en el plano indicado, en el momento cumbre de la película y aunque faltaban todavía cinco minutos para el final, la sala rompió en aplausos. Me giré y vi gente emocionada, gente con los ojos llorosos y sin embargo sonriendo, gente atenta a la pantalla sin pestañear; vi, en definitiva, gente disfrutando de una película y hacer buen cine es tan sencillo y tan difícil como hacer eso, que la gente sonría y llore a la vez.