A finales del pasado mes de abril recibía "con alegría y sorpresa" el anuncio de que su poemario "Las horas muertas", que define como un trabajo que recoge "la memoria literaria más la mía", había sido galardonado con la XXXVIII edición del Premio Hispanoamericano de Poesía Juan Ramón Jiménez entre 580 obras presentadas.

Antonio Arroyo Silva (Santa Cruz de La Palma, 1957) no esconde la cercanía del título de su obra con "El libro de horas", de Rainer Maria Rilke, un autor que, precisamente, mantiene semejanzas en su concepto de la divinidad con Juan Ramón Jiménez.

Del poeta de Moguer, Antonio Arroyo destaca cómo supo "desprenderse de la rimbombancia", si bien orilla su acercamiento a la deidad, al tiempo que reivindica la figura poética de un canario excepcional, Alonso Quesada, y sostiene que "el endecasílabo no hay que desaprenderlo; se debe mantener en el oído".

Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de la Laguna y profesor de Lengua y Literatura, es colaborador de diferentes revistas y medios digitales. En su prolífica actividad destaca la publicación de los poemarios "Las metamorfosis" (1991), "Esquina Paradise" (2008), "Caballo de la luz" (2010), "Symphonia" (2012), "No dejes que el arquero" (Brasil, 2012), "Sísifo Sol" (2013), "Subirse a la luz. Antología esencial 1982-2014", español-rumano, (Rumanía, 2014), "Poética de Esther Hughes. Primera aurora" (2015), "Mis íntimas enemistades" (2016). "Las plaquettes Material de nube" (Barcelona, 2012) y "Un paseo bajo los flamboyanes" (2012), y el ensayo "La palabra devagar" (2012). Es miembro de Remes (Red de escritores Mundiales en Español) y de la Nueva Asociación Canaria para la Edición (NACE).

¿Qué declara el poeta?

El poeta viene a declarar el tiempo, lo que el mundo le hace pasar, esas horas muertas en las calles, las plazas, los museos... frente a los libros.

¿Y cómo se traduce ese ejercicio de compartir los sentimientos que habitan en uno mismo, en la soledad, en la privacidad?

Ahora vivo un estado de jubilación profesional. Antes, tenía que separar mi condición de profesor de Lengua y Literatura de la del oficio de escribir, ya fuera poesía o artículos de ensayo. Para eso debía refugiarme en los tiempos muertos, en las horas muertas, que son conceptos temporales. Lo que intento, en suma, no es sino reflejar el mundo exterior desde un punto de vista contemporáneo.

Con la edad, la del tiempo, ¿uno es capaz de encontrar la pausa y el respiro precisos para sosegarse en la escritura?

Aún no llego a explicarme cómo he podido escribir tanto. Tengo una docena de libros editados y hasta unos veinte que aún permanecen arrinconados. Eso, a pesar de las tareas de impartir clases, dedicarme a la corrección de exámenes y trabajos, de las programaciones... Pero esto no me ha impedido mantener una relación estrecha con poetas de aquí y de allá, hispanoamericanos, norteamericanos, europeos... La poesía representa la mayor expresión de claridad.

¿Alguna vez ha pasado por el trance de no tener nada que decir, de no saber ni qué contar?

Entiendo que la poesía es cantar. Por contar tengo muchas cosas que decir, de mi isla natal, La Palma, de mis tiempos de estudiante en La Laguna... Cada cual construye una mitología personal con sus tiempos. En mi caso me apoyo en el ritmo, en la musiquilla, y así canto con el fin de tratar el mal de los demás.

¿Cuánto tiempo dedicó al poemario que ganó el premio Juan Ramón Jiménez?

Lo escribí en apenas un mes y ahora estoy revisándolo, depurando algunas impurezas, antes de que entre en imprenta; pequeños detalles de respeto hacia el lector entendido. En breve publicaré otra obra que terminé después de diez largos años... Creo que antes de ponerse a escribir hay que vivir y las mayores vivencias están ligadas a la amistad, al amor...

El escritor Luis Bagué Quílez, que acaba de ganar el Premio de la Crítica por su poemario "Clima Mediterráneo", sostiene que en las redes y los escenarios triunfan los poetas "cuquis". Como profesor de Literatura, ¿qué registros observa?

No me considero nadie para criticar, pero llevo escribiendo poesía desde los 14 años, tirando y rompiendo, corrigiendo, reescribiendo... He transitado por mi particular etapa de soberbia y la vida me ha enseñado a aceptar los errores, pero sí percibo que se publica mucha obra sentimentalista. Lo emocional no es una cuestión que tenga que ver con la literatura. La poesía es un hecho sociológico y exige una posición de reflexión, apartarse de uno mismo. Yo, como poeta, no le entrego mis certezas al lector: las incertidumbres animan a las personas.

¿Para crear son necesarias la infelicidad o la incomodidad?

Se habla mucho de los poetas locos o de los que recurren a las drogas para alcanzar estados de éxtasis como fuente de inspiración. Conocí personalmente a Leopoldo Panero y, lejos de ser un loco, siempre lo consideré una persona descontenta con el mundo: la poesía le brotaba por todos y cada uno de sus poros. El mundo externo te puede hacer reaccionar de una manera o de otra y quienes buscan la alegría o la esperanza pueden encontrarla en los libros de autoayuda. Uno no sabe qué es lo que mueve a un escritor. Es un misterio. En mi caso, la música me provoca imágenes que convierto en versos.

¿Es la poesía capaz de darle esperanza a un mundo en crisis, tanto personal como del sistema?

El lenguaje es fiel reflejo de ese mundo. El sistema no quiere que la gente piense ni reflexione y les ofrece para su consumo una felicidad artificial, al tiempo que les genera todo tipo de inseguridades. La función de la poesía no es la de dar esperanza, sino la de iluminar y despertar conciencias.

Y ese poeta es una persona sospechosa para el poder...

Por supuesto, aunque mirando afuera solo se vean un gato y un poeta, que son menos que nadie. Un poeta nunca podrá ser ni un profeta ni un héroe, menos un dios. Se trata, simplemente, de una persona que habita este mundo.

Un verso suyo dice: "Las palabras no vuelven al poema", ¿representa una renuncia explícita del creador?

Las ideas son muy peligrosas; vienen muy bonitas y, en el fondo, te engañan. Recuerdo al pintor Edward Hopper y sus silencios, la imagen de abandono y soledad. Yo me suelo mirar en una obra de Kandinsky que cuelga en el salón de mi casa.

O aquel otro: "No mires hacia atrás, la ventana encendida ya no espera".

Siempre hay que caminar hacia adelante. La polilla, por ejemplo, sabe que va a morir y aún así se acerca a la bombilla.