Ochocientos presos republicanos fugados, más de doscientos reclusos muertos a tiros mientras huían o fusilados sin juicio... es la fuga del Fuerte San Cristóbal del 22 de mayo de 1938, la mayor de la historia de Europa y, al mismo tiempo, una de las más desconocidas.

El próximo 22 de mayo se cumplen ochenta años de la multitudinaria fuga de esta fortaleza, excavada en la cima del monte Ezkaba, en las inmediaciones de Pamplona.

El Fuerte, de tres plantas, fue construido a partir de 1878 para defender Pamplona, pero el proceso se demoró tanto, unas cuatro décadas, que la llegada de la aviación de guerra hizo que las instalaciones, en 1919, quedaran ya obsoletas.

Con el golpe militar de 1936, el Fuerte volvió a utilizarse como cárcel, por la que pasaron presos procedentes de todas las provincias de España, sobre todo navarros, castellanos y gallegos. Eran presos ideológicos, fundamentalmente del PCE, del PSOE o nacionalistas vascos.

En el Fuerte, ha explicado Ángel Urío, de la Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra, las condiciones "eran horribles, con mala alimentación, enfermedades, con mucha humedad, frío, y un hacinamiento espantoso". Se trataba de unas instalaciones previstas para 350 presos, pero había unos 2.500.

"Era un campo de concentración como los que hubo en la Alemania nazi. El respeto que se tuvo con esta gente fue mínimo. Fue para aniquilarlos. Era un campo de concentración extremadamente duro", ha asegurado Urío, que ha denunciado que en el Fuerte "había un régimen dictatorial de los militares, con golpes y palos".

Las inhumanas condiciones del penal provocaron que el 22 de mayo de 1938 escaparan por la puerta del Fuerte 795 presos. Intentaban huir de un hambre atroz y unas condiciones de vida terribles de hacinamiento y malos tratos, pero en las laderas del monte murieron 220 reclusos: "Los cazaron como a conejos y los asesinaron sin piedad", ha lamentado el portavoz de la asociación.

Solo tres presos lograron escapar. De uno no se ha vuelto a saber nada y, de los otros dos, uno acabó en México y el otro, llegó a Francia y desde allí regresó a España para volver a colaborar con el ejército de la República.

Fue una fuga por hambre, ha afirmado Urío: "No hay palabras para definir las penurias que pasó esta gente. No me extraña que, desesperados, escaparan al monte, huyendo de aquel suplicio, descalzos y de malas maneras". "Me emociono todavía contando estas historias", ha reconocido.

Sin embargo, ha subrayado, éste es uno de los sucesos menos conocidos de la Guerra Civil española: "Esto se ha querido lavar, no se le dio publicidad. Para ellos era una deshonra. El poder militar y eclesiástico lo tenían que tapar".

Pero en Navarra, aquellos sucesos no han caído en el olvido. Cada año, en el mes de mayo, cientos de personas se congregan a las puertas del Fuerte San Cristóbal para homenajear a las personas que murieron a tiros o por las duras condiciones que sufrían los reclusos. Un monumento en la ladera del monte recuerda asimismo a los presos republicanos abatidos y fusilados durante la fuga.

Estos presos, y otros muchos que murieron en el Fuerte a lo largo de los años, muchos de ellos por tuberculosis, eran enterrados en localidades cercanas, pero fuera del cementerio y sin ninguna identificación.

Eran tantos los cadáveres trasladados a estas localidades, que los pueblos de la zona se negaron a recibir más restos y las autoridades del Fuerte habilitaron un cementerio en la ladera del monte, en el que fueron enterrados 131 presos. Es el conocido como "Cementerio de las botellas".

Se llama así, ha comentado Urío, porque "un sacerdote o una persona que tendría un poco más de humanidad, cuando se enterraba a un preso, le colocaba entre las piernas una botella y, dentro de ella, un papel con su nombre, sus apellidos y su lugar de procedencia". Estas botellas han permitido la identificación y entrega de los restos a las familias.

Además, en el marco del Programa de Exhumaciones del Gobierno de Navarra, la Sociedad de Ciencias Aranzadi realiza labores de prospección y localización de los restos enterrados. Se han desenterrado cuerpos en fosas en localidades como Olabe, Berriozar, Usetxi, Burutain, Urtasun, Lintzoain y Agorreta.

En Olabe, Urío presenció la apertura de una de las fosas y la recuperación de los cuerpos: "Todos estaban amontonados en un pequeño agujero, unos encima de otros. Muchos de ellos, con un agujero en el cráneo, el tiro de gracia".

Urío sube a menudo andando a visitar el Fuerte: "Cada vez que le doy una vuelta me entra una congoja muy grande. Soy nieto de un asesinado, y siempre pienso que a mi abuelo lo recuperaré".