En 1998 participé en la creación de una serie de animación llamada "Defensor 5" que se emitió en La 2. El escenario principal era una ciudad imaginaria llamada Amazonia que estaba en un lejano planeta y en un lejano futuro; allí, un comando llamado Defensor 5 luchaba contra las amenazas a la naturaleza: contaminación, tala de arboles, residuos, etc. Durante meses diseñamos la serie: decorados, personajes, cómo debían de vestir los habitantes de esa ciudad o dónde y cómo vivirían. Buscamos nombres con sonidos vikingos, orientales; los personajes representaban todas las razas y, buscando sorprender, fusionamos trajes de samurais con cotas de malla, elementos de vestuario de los indios de Norteamérica con vestuario vikingo, napoleónico con árabe. En paralelo avanzábamos también diseñando cómo debería ser la ciudad; las calles, las casas, cómo deberían comer los habitantes de esa ciudad y cómo deberían trasladarse, los tipos de coche o naves, por el suelo o volando. Yo buscaba ideas para todo esto en revistas de arquitectura, de moda o de coches; también en libros de historia y en libros de diseño, cuando cayó en mis manos el libro de estilo de "La Guerra de las Galaxias". No daba crédito. Allí estaban todas las ciudades que habían diseñado para esa serie de películas, los personajes, las armas, las naves; el libro era un mamotreto enorme, contenía lo que había salido en la primera trilogía y muchas cosas que, aun habiendo sido diseñadas, nunca habían salido en las películas. Se me vino un poco el alma a los pies. Allí estaba todo. Todas las mezclas posibles, todas las culturas, corrientes, creaciones, todo estaba en ese libro fusionado, mezclado, interpretado. Si yo, ingenuo de mí, pensaba que mezclar un samurai con el capitán Trueno era original, descubría cómo ellos ya lo habían hecho antes. Durante unas semanas he de reconocer que perdí el entusiasmo. ¿Dónde íbamos nosotros a buscar algo nuevo si la gente de "La Guerra de las Galaxias" ya lo había hecho todo?

La semana pasada estuve unos días en Capadocia, en Turquía, y me acordé de ese momento de mi vida, cuando el libro de "La Guerra de las Galaxias" me llenó de impotencia ante la perspectiva de que ellos ya hubieran hecho todo antes. Estaba en la ciudad de Göreme rodeado de montañas excavadas hacía centenares de años, donde los habitantes, para protegerse, habían generado verdaderas ciudades subterráneas capaces de albergar a más de treinta mil personas. Levanté la mirada, enfrente de mí, a lo lejos, se veía la magnética ciudad de Uçhisar, dominada por la gran mole de piedra que, horadada durante centenares de años por sus habitantes para vivir y protegerse, parecía ahora un fantasmal castillo. El sol caía lentamente y la ciudad de Uçhisar se fue iluminando; el castillo aparecía ahora retador, las rocas alrededor de él dibujaban fantasmagóricas formas y pensé que si poníamos unas naves aterrizando y una plataforma volante a modo de aduana estaríamos en un decorado de "La Guerra de las Galaxias"; no hacía falta más.

Después de esas semanas de desesperación cuando comprobé que los señores de "La Guerra de las Galaxias" ya habían creado todo, me di cuenta ahora de que no era así, que no eran ellos los descubridores de nada, que el ser humano había sido el responsable de crear, durante miles de años, las ropas, maquillajes, construcciones, naves, ciudades que aparecían en el libro. La realidad siempre estaba antes, creando paisajes increíbles, lugares incomprensibles y construcciones aparentemente sin ningún sentido pero bellas y únicas. Me di cuenta de que los que habían hecho el libro de estilo de "La Guerra de las Galaxias" solo habían tenido más tiempo y más dinero para explorar lugares en nuestro planeta, para buscar y encontrar culturas, ruinas, ciudades, paisajes; habían tenido, en definitiva, más tiempo para viajar. Y aquí es donde el cine y los viajeros se dan la mano. Ir al cine es también viajar y hace posible que Nueva York sea una ciudad conocida aunque nunca hayas estado en ella, que puedas volar por África si ves "El paciente inglés" o pasear por Tokio si ves "Lost in traslation". Puede ocurrir que un día, al bajarte de un avión, descubras que en esa ciudad ya habías estado pero no sabes cuándo, que esas casas te recuerden a algo, a alguien y, de repente (como me ocurrió hace algo más de un mes) cierras los ojos e imaginas a Mark Hamill saliendo de una casa y descubres que quizás la ciudad de Alberobello, en La Puglia, en Italia, ha sido la inspiración para hacer la casas en la isla en la que vive Luke Skywalker, aunque es solo una coincidencia, pues las casas de esa ciudad italiana son iguales que las que construyeron los monjes en la isla de Skellig Michael, lugar donde se rodó "Los últimos Jedi". La sorpresa continúa cuando, un mes después, en Capadocia, veía que quizás no fueran solo las casas de piedra de Alberobello -que el señor feudal obligaba a construir sin cemento para asegurarse de que podría echar a los campesinos cuando quisiera- la única inspiración de los creadores de la película galáctica. Las casas excavadas en los puntiagudas minimontañas de Capadocia también podían haber inspirado a los creadores de "Los últimos Jedi" y así, de nuevo, el cine viaja contigo. Como vemos, muchas veces las películas te llevan antes a los sitios y cuando vas tú, te sientes como en casa; pero otras veces es al revés, primero viajas y, de repente, un sábado, en un cine cualquiera, ves cómo las ruinas de Angkor Wat son el escenario de "Tomb Raider". Tú las visitaste con la mochila y ahora en la pantalla las visita Lara Croft con una pistola.

Viajar es sinónimo de cultura, entretenimiento y diversión, por una parte, o, tomado desde otro prisma, de desconexión, relax y descanso; todos ellos conceptos muy apetecibles y que hacen que el número de personas que viajan se esté incrementando exponencialmente. El cine podría perfectamente encajar en muchos de esos conceptos, nadie puede discutir que el cine es cultura, diversión o desconexión, pero ademas de todo eso el cine nos mete en la piel de los personajes, en sus historias, en sus problemas y alegrías y nos hace también volar, ver nuevos mundos o conocer otras realidades; nos hace, en definitiva, viajar. Así que viajemos en avión, tren, coche y si no podemos o no tenemos el tiempo o el dinero, recordemos que nos quedan las salas de cine que nos pueden llevar tan lejos como a la morada de Luke Skywalker en el planeta Ahch-to o, lo que es lo mismo, a la isla irlandesa de Skellig Michael. Tan lejos y tan cerca, mágico siempre.